lunes, julio 31, 2006

¡EA! ¡POETA!

¡ARRIBA LOS POBRES DEL MUNDO!

A propósito de la próxima publicación de la ANTOLOGÍA DE POESÍA DE RAFAEL LARREA

En medio de las discusiones contemporáneas, nadie pone en duda que la tarea fundamental de un poeta es escribir. Y escribir bien si es que tiene la capacidad para hacerlo. Debajo de esta muletilla subyace aquella acusación que prende las mesas filosofales y derrama las vísceras de los contertulios cuando se despliega, sobre el mantel, la política, o el discurso de lo político para ser políticamente más correcto. Porque, si además de la prudencia que deben manejar los poetas en tiempos de crisis se les exige que se preocupen de los fantasmas sociales, esta exigencia resulta demasiado grande para aquellos seres constreñidos al enfrentamiento diario con el delirio, con la concupiscencia, o el desvarío.

Si debajo de la piel de América, de la nuestra se entiende; aplicamos un termómetro para medir el grado de pasión que existe; debido, entre otras razones, al deseo latino y a la crisis económica; coincidirán conmigo que es casi imposible no contagiarse de aquel mal que empieza con “pe” y no puede terminar peor que en “a”. Es entonces cuando los estetas se rasgan las vestiduras y piensan que la poesía debería, con esa forma de deber que es común a todos los tercer—mundialistas, ser pura como una pastilla de alkaseltzer; blanca como la conciencia de Fray Escrivá de Balaguer; críptica como todos los planes de atención social de los gobiernos y estar de acuerdo a los cánones establecidos por la franciscana lengua de Don Fray Gaspar de Carvajal. Esa, dicen, sí es poesía. Y de la buena.

Pero el gusto del intelectual pequeño burgués es ramplón y timorato, con un alto sentido de culpa (en unos casos por no ser lo suficientemente pobre y, en la mayoría de los casos por no poder ser lo suficientemente rico); intelectuales que agitan sus trascendentales palabras en el mar anodino del acomodo y la timidez; entonces llaman crípticos a sus intentos de resolver sus test, sus cafés y hasta sus complejos con la ayuda del lector que le permitirá trazar líneas maestras para comprobar lo que él ya sospechaba: que, en realidad, sufre de un gran síndrome de desadaptación lo que le impide subirse a la mesa de los antiguos mecenas sin sentirse avergonzado por sus malas maneras, su pobre indumentaria y lo que es más triste, por su lenguaje morigerado ante la necesidad de ser aceptado.

Frente a todo lo anterior, con menos frecuencia pero con mayor fortuna, existe otra tendencia para entender la poesía. Aquella que naciendo de la parte instintiva, se convierte en el eje rector de una racionalidad que se dirige hacia la ternura, la solidaridad, el amor, la pasión; pero por sobre todas las cosas, la fidelidad a sí mismos; esa posición indeformable que permite, a un individuo, asumirse tal cual es. Y punto. Sin pedir permiso a los críticos, a los dadores de fama y fortuna, a los editores dueños del catálogo de virtudes. Firme y apasionadamente delinean su vida al margen de las santas cofradías, de los grupos de autoalabanzas o loas cruzadas; sin importarles los críticos comprometidos con la lengua. Solos frente a su oficio, a la terca pasión por asirlo todo, palparlo, desacralizarlo; jugar con esa realidad fatua y esquiva en medio de sus labios proxenetas, lujuriosos ante esa casquivana concreta que deambula por el mundo agrandando diferencias y repartiendo inequidades.

Es entonces que es posible entender a los poetas que se encabritan que deconstruyen y reorganizan, sacuden el polvo de las neuronas de los críticos acartonados, de los cítricos críticos profesionales, o cretinos en el opúsculo de la palabra.

“De mi espalda
nace esta flor que envío al monte,
mi pariente,
a los lagos, a los ríos, al mar brindo esta flor
de dolor y sangre,
esta pestaña, esta roja entraña
de soles incendiarios.”

Es que existe una mágica realidad que nos atenaza del cuello y no nos quiere soltar. O asumimos una posición contemplativa para demostrar que, a pesar de que nos congelaron la sonrisa junto con nuestros dólares, tenemos aún el recato de vivir sin reclamar, sin dar a conocer que nos estamos comiendo la camisa; actitud de decencia dicen los poetólogos. O actuamos de otra forma ante la vida que intenta tragarnos con sus inmaculados dientes para convertirnos en un eslabón más de la cadena trófica; tomar la vida como es; sin contemplaciones, sin falsas expectativas. Sabiendo que cada día que pasa el ombligo estará más cerca de la espalda.

“Y aquí me quedo!
Me quedo en ti
tierra, pájara, mujer.
Y para decir ¡te amo!
me subo al cerro,
a la luna me empino para amarte,
para besar tus pies soy lengua de vaca,
cuchillo soy para acabar tus penas, ...”

Porque el poder no nos nace de cuna ni no nos viene con la tarjeta de crédito. El único poder real que poseemos, lo dijo Rafael, es el poder de lo irreverente. Porque más mortal para el sistema es la toma de Carondelet por espacio de tres horas por un indígena que la creación de un fondo millonario para repartir a las comunidades con la finalidad de bajar la temperatura. Porque en lo simbólico, en ese imaginario de lo sagrado, en el último reducto de su linaje, en ese sitio inmaculado está el talón de aquiles de nuestra clase dominante.

“Es un portal
la cama para todas las sombras,
la noche lame hueso
helado en mi país,
se reparten sin pausa
su camisa bordada,
pero zurcimos lomas
para nunca morir.

Es su pocilga, solo, aguilucho sin alas,
un obrero latino, en Nueva York, exclama :
!por Ecuador, carajo¡
y se bebe hasta el Ande, la orquídea y el estero
añorando con sangre una palabra humana,
una esquina de pueblo,
un viejo modo de ver, de ser, el suyo.

Y se mantiene vivo soplando los rescoldos.

En fin de cuentas somos
solo un rincón del mundo,
y como todos los pueblos
¡nos bañamos en llamas!”

Entonces, el violento despertar de las burbujas, ¡la champaña no es nuestra! Se nos han bebido toda la alegría. La fiesta de las mariposas, del futuro, de los niños. ¡No existe, es solo una quimera! Y los viejos y doctos críticos de la lengua. Bien gracias, deglutiendo empanadas gordas de aire y miel. ¿Y los poetas de la globalización, la posmodernidad, el desencanto? Afilando la lengua para cuando la crisis pase y nos podamos ver ya, sin la neblina del hambre o la urgencia de la angustia. ¿Y la poesía y su poder de subversión?

“Nosotros,
la luna,
los caballos ...
seguidores del sol y de la noche,
de las ideas bellas, imposibles,
inútiles,
nostálgicas ...

(.........)

Nuestro es el juego del alba,
no hay dique capaz de detener la vida,
hemos abierto todas las puertas,
una tras otra.”

Porque debajo del caparazón sensible o senil –depende del caso-, se acodera el andamiaje tosco de la vanidad, del acomodo; reminiscencias del viejo ritual de las capillas, nos hace falta el olor del incienso para elevarnos; unos dicen que para dejar ya de pertenecer al bando de los eternos perdedores, otros por simple molicie para ascender al peldaño de los ungidos, de los premiados.

“... por qué ha de ser tan lunes este día
en que me hundo con zapatos y todo
en el recuerdo de ese beso rojo,
de esos labios para morder,
solamente por ella quiero ver al sol
abriendo esta puerta,
salud,...”

Es el amor, ese amor promiscuo de pasión, el continente de la poesía de Rafael Larrea. No es el coito reglamentado por el orden o la asepsia, es la ternura que brota en el margen de la vida, donde no se establecen los libretos pregrabados. Es la posibilidad de asir la vida al paso, con una vocación que va más allá de la transgresión. Es un permanente redescubrimiento de la vida no de los altares, del amor no de los artificios. El asombro cotidiano ante “Cada vecino / (que) es una tragedia diferente.”

Es difícil catalogar las actitudes de los “otros” frente a Rafael Larrea; pero es necesario. No porque pretendamos tener el veredicto final e inapelable sino porque es preciso restañar distancias. Si el silencio es un arma, la utilizaron sabiamente; si el estigma es una confabulación, la armaron muy bien; si los calificativos deben tomar en cuenta los atributos del sujeto, violaron permanentemente las reglas. Pero a despecho de muchos, y como él mismo lo dijo :

“Adiós. Adiós. Tú también te quedas
con nosotros. Cuidaremos de ti.
De tu memoria.

No habrá jamás olvido, amigo mío, nuestro.”

Pues un poeta jamás muere.

lunes, julio 24, 2006

LABOR DEL EXTRAVIADO

Abrir un libro de poemas es correr el riego de no arribar indemne a la otra orilla. El texto que nos convoca es un desafío constante, es un cuchillo afilado que corta el resuello; es una violenta imprecación a la cotidiana manera de entender la vida y el oficio, es una construcción circular de los retornos y de los exilios, de las vueltas del reloj sobre nuestra garganta.

Ernesto Carrión pone a prueba la capacidad de mirarnos en el espejo despojados de nuestras máscaras, de los manidos rituales que nos inventamos para justificar nuestra existencia. Pone en duda la característica del lenguaje como encuentro; tal vez sirva únicamente para desterrarse; para vivir la otredad, la soledad y el desvarío; la violenta y eterna contradicción entre soñar y estar despiertos; entre ese hombre que escribe y aquel que se solaza mientras miente. Porque su escritura es ficción y es escarnio; es la realidad diseccionada por el diario avatar del destino (o del desatino); es el péndulo que asesina toda posibilidad de escape (porque no podemos huir de nosotros mismos a pesar de todas las puertas escapatorias que tratemos de inventar); siempre estaremos de frente a nuestra soledad o al acomodo (que es otra forma de soledad pero más brutal por ser colectiva).

En todos los lugares somos extranjeros; a pesar de habitar la palabra nunca encontramos la exacta aplicación de su significado a la realidad que nos circunda, nos circunscribe y nos demuele; a veces nos expulsa violentamente al vacío de las multitudes donde estamos a pesar de la imposibilidad de reconocernos. Es que el mundo es demasiado pequeño para nuestra impaciencia, para nuestra necesidad de romper los límites de la cordura. Hasta los pájaros se confabulan para demostrarnos cómo nos restringe el cielo.

Irse o volver casi da lo mismo; la diferencia es que volver es sinónimo de derrota; irse, en cambio, es exponerse a la sequedad embargable del olvido donde ni la palabra es recurso para reconstruir, asir o recrear la realidad. Solo lo inmediato es verdadero, toda pretensión de trascendencia queda anclada a la manida ritualidad de la existencia; aquella que nos obliga a reconocernos en la cotidiana manera de retornar a lo tangible; a las blancas almohadas más seguras que el descaro.

Imprecaciones lanzadas contra esa leyenda elaborada, paciente y cínicamente, por el ser humano para enrostrarnos nuestro lado obscuro, nuestra verdadera condición de exiliados. Por ello se han creado los manicomios, los hospitales, las cárceles y las casas de putas donde se puede vivir sin dar cuenta a nadie de nuestra inmovilidad, asombro o desvarío.

De este largo exilio también participa el dios hebreo con su capacidad envidiable de no tomar decisiones; Adonai es parte de la construcción circular del encierro de donde es preciso pero, a la vez, inútil escapar; árboles convertidos en cadalsos para nuestra manía innata de creer que somos a pesar de que todas las evidencias dicen lo contrario. Dios es víctima de la soledad y de los hombres que lo crearon a su imagen y semejanza; porque no existía otra posibilidad. Vagamos sin rumbo con los restos del naufragio; con el pesado cadáver del pasado tratando de reapropiarnos del útero de donde fuimos expulsados. Pero no hay vueltas que darle; todo intento es infructuoso, es la fantasía de los exiliados que regresan a mirar los rostros que dejaron pero que ya no son los mismos ni los miran de la misma manera.

Nuevamente volvemos al inicio de la teogonía, buscamos febrilmente aquel mantra que nos permita comunicarnos con el cosmos como dador de virtudes y puertas ilusorias. Nos queda, como último recurso, que la materia y la energía tengan la posibilidad de trasmutar hacia algo que nos redima y justifique nuestra burda existencia.

Círculo cerrado, perverso, impenetrable, inamovible. No hay resquicio para la añorada escapatoria. Hasta en aquellos espacios donde es posible conspirar o enmudecer llueve siempre. Una imagen de estos tiempos donde el ser humano deambula gastando su existencia en la búsqueda inútil de la felicidad o el reposo; la realidad nos impele unos contra otros para devenir marionetas de esa mano inasible que ahora denominamos mercado.

El extravío se hace evidente únicamente con la llegada pero no lo acaba; se prolonga en todos los sitios, en todos los momentos. Ulises solo importa por su larga aventura antes de arribar a Ítaca, el resto es silencio y molicie; complacencia por el trayecto recorrido pero ya no camino, sendero, tormenta. La certidumbre es el mal que acaba con el planeta; el regodeo y el amor de los saciados conspiran contra la duda que es el verdadero motor de la historia. Más daño hacen aquellos que saben dónde llegar que los que inauguran nueva casa en cualquier parte llevando, en su morral, toda la tristeza y el desánimo del mundo pero, a la vez, toda la lujuria de la vida.

La Editorial K-Oz leal a su nombre y razón de ser presenta este poemario para sacudir la inercia amodorrante de los poetas oficiantes del canon y el rating; para conmover la calma de los poetas de oficio pero sin propuestas; para agitar las aguas putrefactas de los círculos de iniciados y sus acólitos. Nada detendrá esta labor solidaria mientras exista aquella poesía que justifique nuestro papel; ningún discurso almibarado desviará el trayecto incierto pero instigador de la editorial K-Oz que una vez más recupera a aquel otro extraviado que nos dejó su Zaguán de aluminio como un mapa para imaginar una salida y como antídoto para evitar que el olvido nos corroa en sus entrañas.

domingo, julio 23, 2006

¿Una propuesta inicial?

Algunos escritores que se refugian en los círculos consideran su deber -cual sacerdotes- defender el templo de las hordas salvajes que arre-meten contra "La Literatura y el cannon".
El templo, símbolo de los iniciados en cualquier culto, al que no tienen acceso los profanos, es el reducto del cír­culo y la representación del poder por delegación de la divi­nidad.
Los sacerdotes son los detentadores del saber (del canon), los que poseen la verdad para difundirla entre los impíos, los que encarnan el conocimiento y defienden la estructura social, son los cuidadores de la forma porque también ella reviste la jerarquía.
Los rituales de iniciación son actos para demarcar la repartición de los conocimientos; la ocultación está siempre presente en el carácter de lo sagrado y eterno.
Demostrar la imposibilidad de cambiar las estructuras es la misión de los sacerdotes, impedir que los fieles o devotos de la divinidad interpelen o cuestionen el orden de las cosas es su tarea fundamental. Esta imagen devela la concepción ciertos "inicia­dos" sobre la Literatura.
Pero la literatura está más allá de los denodados esfuer­zos de nuestros druidas cacofónicos; se presenta en la vida y se expresa en la obra de aquellos que cuestionaron a toda hora, la función de los tem­plos; en los sur­realistas que quebraron con sus propuestas la cacareada división entre la vida y la literatura.
La propuesta es destruir el templo, hacer que exista la litera­tura entre la espalda y el esternón de cada ser humano, des­mitificar el hecho creador, negarse a ser parte de an­tiguos irreverentes claudicantes.
La crítica no se la hace desde la oficialidad, tampoco desde los círculos de amigos para las publicaciones ni desde la reverencia a la forma.
Aquellos que se levantaron contra los grupos preciosistas ahora se yerguen como los defensores de lo bello; sin considerar que lo hermoso está en la vida no únicamente en la palabra, que la angustia no es bella por estar retratada magistralmente en una obra literaria sino, que es hermosa porque surca el límite que existe entre la resignación y la insubor­dinación lo que la convierte en tirajebe o sometimiento. Eso es lo maravilloso de la palabra, de la literatura y de la vida.
Por eso nuestra irrupción dentro del mundo de los blog para debatir, cuestionar, criticar, confrontar, difundir, fraternizar, compartir. Una larga vida a este espacio...