Pablo Yépez Maldonado
La historia es un hatillo de coincidencias, proyectos fallidos, sueños inconclusos, violentas esperanzas puestas en el congelador, silencios prolongados, azares y reencuentros. Esta historia, en particular, tiene mucho de lo mencionado. Ahí los vidrios es un acto teatral donde el poeta se recuesta como un fakir en una larga cama asfáltica llena de cristales corto punzantes y lanza al viento proclamas encendidas y esquizofrénicos llamados a la utopía y a las marchas. De toda esta historia no quedan sino los poemas, las imágenes que nos estremecen o nos hacen sonreír; no se puede permanecer indiferente ante estos textos desplegados con fuerza, con procaz cinismo y creativa alevosía. Es que la poesía, además de pretender que nos quieran o nos reconozcan –como últimamente se ha argumentado-, tiene la virtud de desnudar y desnudarnos, de ponernos frente al espejo para mirarnos de frente sin compasiones, sin las acostumbradas máscaras, para que descubramos aquel mapa cifrado que es la existencia, para revelar los puntos que dejamos inexplorados, las acciones que pretendemos ocultar, los hechos que nos abochornan y nos inquietan, los recuerdos que nos atormentan y no nos dejan vivir en paz.
Hace mucho tiempo conocí al autor; tantos años que nos miramos en orillas distintas; el agua, los derrumbes y la vida nos han acercado de tal manera que navegamos ahora en la misma barca y en el mismo sentido; tiempos remotos y heroicos como para pensar en transformar el mundo, tiempos de insobornable terquedad para creer que nuestras banderas eran las únicas que nos podían llevar a la toma de Zoonderet –como lo denominó al palacio presidencial, aquel que ya no nos acompaña pero que siempre regresa: Marco Núñez Duque-; el Alfredo en la cofradía de la Pequeñalulupa y su troupe de evasores a tiempo completo; nosotros (en el sentido estricto de un colectivo de escarabajos utópicos) en el Matapiojo pretendiendo incorporar el arte y la literatura en la cotidianidad; ellos en su apuesta permanente por la transgresión, nosotros por la construcción subversiva no de uno sino de diez mil talleres; ellos en la bohemia permanente conversando con los fantasmas y el Oscar Montalvo que tuvo a bien descubrir el otro lado de la luna, nosotros pretendiendo construir la asociación de talleres. ¿En qué momento la cascada de la vida nos juntó? Creo que la caída del muro, el hacernos a un lado de la generación del desencanto, el descubrimiento de la magia de la cosmovisión andina, el descrédito del desarrollo como reflejo de aquella parte del mundo que ya no tiene nada más que proponer además de su locura armada; la constatación de que estábamos vivos y con ganas de seguir conspirando así sea en contra de nosotros mismos.
Creo que eso somos en el fondo: conspiradores de las reglas y las buenas costumbres, de la moral y su visión light y antiecológica de la vida; de la sexualidad y su rito cansino que nos ahoga y nos aprisiona; de los modelos (no de las modelos) y los marcos lógicos, de los buenos negocios y las fechorías; conspiramos en contra del canon y de los iluminados, de los vanidosos y los proxenetas de la literatura; estamos siempre atentando contra aquello que se debe decir para triunfar en la vida. Y, paradoja de paradojas, ahora que la revolución ya es de todos, no somos parte de esta revolución de académicos y músicos de hace fú; porque crecimos en todos los lugares y no nos acomodamos a la nostalgia, y no se nos derraman lágrimas con antiguos cantos a la bandera, a la patria sagrada, porque no hemos hecho negocio de la palabra.
Por eso estos textos del Alf, donde fundamentalmente socaba su piel y su aparente seriedad; camina solo, descubriendo los nuevos destellos del arco iris, las nuevas formas de entender la vida auscultando en las piedras milenarias y en los sonidos ancestrales porque creo, al igual que él, que allí se encuentra alguna clave y, si no fuese así, seguro que nos la inventamos, porque de eso se trata, no de creer sino de crear. Y en eso se nos va la vida, que es una permanente contradicción entre el bienestar y el bienvivir, adoptado este último concepto –fuera de contexto- por la constitución; pero que Alfredo conoce su profundo significado; a pesar de todos los intentos por uniformar la imaginación insistimos, procuramos construir aquel nuevo orden en el cual cada quien será libre de todo orden.
Me voy a remitir a los hechos, que son en definitiva las palabras, porque en contra de los escritores profesionales creemos en el ser humano que se dedica a vivir en comunión consigo mismos; y, por eso deambulan por sus páginas los marginales, los locos y los ebrios, aquellos que se debaten entre el deber ser y la demencia de ser felices aún a pesar de ellos mismos, y nos dice: Leo el libro de la obscuridad / Esa horrible turbulencia / escapando de todo orden / Estoy solo sobrio / y sin embargo convulsivo / hasta el amanecer; con ese asombro que ensordece nuestra monomanía de ajustar el reloj, subordinarnos a los horarios y a las costumbres porque no hay peor tirano que el que llevamos dentro, aquel que nos impide alterar y alterarnos; ¿qué es un poeta?, sino la virtud del vicio / la manera de jugarse la ruleta rusa / antes de que le atraviese el plomo; porque de escapar de la muerte se trata, de condensar en el acto toda la experiencia y la toda rabia. La búsqueda del lugar de origen o de las raíces y la identidad o las identidades con las cuales deambula por la existencia, como esas cédulas falsas que nos permite vanagloriarnos de que somos alguien: fui concebido en la imaginación / de una madre furtiva / quizás era un tubo de ensayo / por medio del cual / debí ser un osado astronauta; la posibilidad de recrearnos, de rehacernos a pesar de las insistencia en la realidad para definirnos, para enmarcarnos. Una osadía de aquellos que no están satisfechos con la realidad plana de lo establecido; la desmesura es una de las características del poemario, esa desmesura que intenta abarcarlo todo: solo sé que he mirado el cielo / y apenas he alcanzado a tocar / el timbre de tu casa; la ironía, el antilirismo, el tono coloquial en contraposición a la solemnidad y a la trascendencia; la construcción permanente del universo a partir de las simples cosas; porque quien es consciente de nuestra pequeñez si no mantiene en su mapa mental la inmensidad del universo; y, quien no reconoce la inmensidad de los seres humanos si no delimita el universo.
El poeta mantiene una irremediable vocación para amar; El amor es mi adicción / y doy la frente / así que son tuyos mis testículos / arrasa con ellos / te peinaré el cabello / con los dientes / o me masturbaré hasta morir de frío / soltando mis huesos / como un Nijinski en el sanatorio; con ese amor unilateral, desempolva las mejores fintas aprendidas en esos lugares prohibidísimos de antaño, donde la sed de venganza o de amor que tenía / aquí está mi alma infecta / lista para los últimos rounds. Es esa pasión por el amor, ese desencanto que siente ante el abandono, frente a la imposibilidad de concretar los sueños prefiere dejar libre al ser que ama para que se mantenga en el recuerdo; en aquel sitio nunca hollado por la traición ni la desesperanza. Porque si bien es cierto el amor es subversivo pues trastoca el orden de las cosas y las prioridades, el amor carnal es llamativo, reverberante, urgente y no repara en los daños colaterales o en las víctimas de la mutua posesión: me fui a la cama con tu esposa / no hacía falta que sea viernes / encontramos la forma de engañarte / ella habló de su mal pasado / yo de Leonard Cohen / No la acuses / ella nunca leyó ese libro / pero sí hace con su cuerpo mejores versos. El poeta se sueña invencible, incólume en su manía de esperar y construir ese amor creativo, ese que rompa las convenciones y los deberes, ese amor que sobrepase los dogmas y la ética: puñal de pókares jugados / entre santos y profetas / carcajadas blasfemas / las putas arrojan la / simiente / de sus hombres que más huérfanos mean / y dibujan en los muros / enormes letras; en medio de este Quito prostibulario, en medio de esta ciudad rescatada para el turismo pero vaciada de la vida, del riesgo, de las pequeñas criaturas que asombran las estadísticas por su terquedad para sobrevivir; como un cáncer que se propaga en numerosos pólipos persisten ahora hasta en los barrios residenciales para horror de sus moradores, subsisten en las principales avenidas de esta ciudad murcielagario. Ciudad que palpita, que constituye una personaje más de los múltiples que recorren el poemario; porque, dónde más se pueden encontrar el Templo de las quimeras, Las flores del califa, El palacio de las medias cantadas en las voces de Roberto Calero, Aladino, Tito Cortés, Julio Jaramillo, paladines del desaliento y la soledad, requiebros para hacer de la existencia un muestrario de desencuentros.
Pero el poemario avanza en medio del mismo escenario, ahora con el rock y las desapariciones de amigos y compañeros, por ello el poeta exclama ¡ESTOY VIVO! / ¡ESTOY VIVO! entre transeúntes / entre el ruido / la polución maravillosa / de los destartalados carros; sorprendido por haber sobrevivido indemne al cambio de los tiempos. ¡Hermano! / ya no soy yo el que te habla / son los sueños / las utopías / el albedrío / más que las reglas de la sedición / que nos volvieron / incrédulos / estrambóticos / soberbios, en esa comunicación delirante con su antiguo y desaparecido compañero de aventuras Gustavo Garzón.
Pero persistir es un riesgo, pues todos bogan hacia otras fuentes; Alfredo no deserta, emprende con lo que tiene a mano, con la misma ferocidad con la cual enfrentó aquellos antiguos molinos del desencanto, ahora arremete contra las lanzas doradas de los fascinados, de los obnubilados por el poder y el prestigio. La historia ha depositado sus infelices huevos en las piedras sempiternas de la urbe que tiene la firma arquitectónica del analecta. Pues Quito tiene otras versiones, otras formas de escapar y de enmudecer; son los tiempos del consumo, de la desmedida pasión por el ego, por la autosatisfacción a pesar de tantos menesterosos que nos insultan por nuestra condición de nuevos dolarhabientes; por nuestra premura para llenar nuestras estanterías de todas aquellas cosas que no nos hacen felices pero nos vuelven más importantes aún a los ojos de nosotros mismos: La caminata es lenta y distraída por la vereda / más poblada: almacenes coreanos, / restaurantes chinos, más y más ventas / ambulantes, ópticas donde unas estudiantes / quieren echar pinta con nuevos ojos azules / o verdes o tipo gato para sus proyectitos en el / Nobar. Pero el poeta sobrepasa la ciudad, el tiempo, la soledad; se refugia en sí mismo para caminar más libre, más dueño de sus proyectos en reconstitución; pues la poesía no deja de habitarnos por más desacuerdos que tengams con la historia: Esta realidad es tan solo una muletilla para regresar del extravío, o lo que es lo mismo, tomar el camino hacia la clarividencia, a la virtualidad, como si espíritu y cibernética se confabularan, pues interiormente giran en múltiples espirales en una espiral nodriza los microchips de mi vida. Renacer, volver a cero, a inventar el universo a partir de las manos vacías, a conocer la magia de la creación a pesar de los otros funámbulos de la oportunidad; Alfredo desbrida su caballo, lo arma para el nuevo tiempo, para arremeter contra los falsarios y los charlatanes de las nuevas eras, contra los políticos agoreros de lo mismo, contra la ventrilocuencia de la modorra y los sueños obtenidos por decreto; contra los profesionales de la palabra que han quitado la lumbre a la poesía para volverla lienzo de burócratas de éxito o escritores de postín y de gabardina para cualquier ocasión. En la poética de Alfredo, se restituye la poesía nuevamente como un centro vertebrador de los más irreverentes sueños, ahora sobre la magia de los íconos propios, sobre la retomada senda de los viejos sabios, no de los elocuentes, no de los eruditos; de los sabios, de aquellos que tenían la capacidad de descifrar todas las profecías, todos los deseos debajo de la más insignificante de las pieles; a volver a los orígenes, a la rabia que todavía nos puede llevar a la desmesura, a la incendiaria voz que nos conmina a seguir: Aquella luminiscencia hizo que nunca me faltara / alguien a quien caerle a machetazos / en pleno corazón de la urbe / mientras Genet / mi padre / alababa la vasta poesía de mis delitos.
Ahora regreso al amigo, al solitario as de corazones, al irreverente y apasionado poeta que construyó su obra sobre su misma soledad pero en medio de los sólidos pilares de esperanza, rabia y paciencia; aquello que llaman sabiduría, para no dejarse tentar por los cánticos de las sirenas que le invitaban a transigir en su grito, en su angustia; pues el mundo está todavía por construir, la esperanza está detrás de las puertas de los burócratas de oficio –ahora hasta pagan por hacer la revolución-; camina impertérrito a pesar de los desaires de sus antiguos camaradas, apoltronados ahora en mullidos asientos; camina terco e indeclinable con su vocación, con su rabia y su iracundia, con su voz que rompe aquellas melifluas voces que reniegan de lo que no está dentro de nosotros, enconchados y temerosos tratando de evitar aquella carne de los niños drogadictos que / brillan con luz propia / y me ciegan de blancura / aun cubiertos con cartones y periódicos / la carroña más hermosa / la vista más placentera / que busco para mis criaturas / que han de convertirse en las aves emisarias / de mi antropofágico destino.
¡¡Salud por la poesía, por la vida y por la amistad, sobre todo por la amistad!!
Quito, 17 de junio del 2009
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