Escribir no es una fantasía, es una necesidad primaria; es una forma de comunicación y para ello se escribe sobre la piel de las piedras al igual que sobre la coraza de las tortugas o en la trama del papiro o a través de los hilos multicolores y disímiles de los kipus, o se expresan el silencio y el asombro en los cuerpos mediante diversas líneas que representan animales sagrados; y se convoca a los espíritus y se redescubre que la vida tiene continuidad y los ciclos se repiten y que a la vez se fracturan, que los mitos no son aquellos que heredamos de los griegos o romanos sino que subyacen en nuestras máscaras y en nuestras fiestas, en nuestra manera tan ecuatoriana de enfrentar el destino embarcándonos en frágiles canoas a redescubrir aquello que ya habíamos inventado.
Pero cuando la escritura se vuelve pasión se convierte en el giroscopio que nos instala como viajeros en dos naves distintas: el tiempo y el espacio. Y logramos articular el espacio y conseguimos romper el tiempo para construir y demostrar que la vida sigue y está, y nos acecha con su temeraria cantidad de posibilidades, a las cuales, de manera constante y casi maquinal negamos. Entonces vivimos la literatura porque logra construir aquellos escenarios que soñamos y atravesamos las situaciones que alguna vez imaginamos. Si esto es así, y parece ser que se repite en el tiempo como una constante, ¿cuál es la función de los talleres literarios?; ¿qué los diferencia de los grupos de literatos que de una u otra manera se han formado casi siempre alrededor de la tarea de escribir?
Los talleres literarios surgen en nuestro país en la década de los ochenta, con la llegada de Miguel Donoso y su trabajo en la Casa de la Cultura con una metodología aprendida y a medias inventada en México; en esa década se crearon muchos talleres literarios, en muchas ciudades y con diversos nombres, no voy a repetir la historia para no cansarles (solamente déjenme decirles que los talleres hicieron su aparición conjuntamente con las guayuserías, que en el país mandaba Febres Cordero y en las calles se respiraba el olor recién inaugurado de los desaparecidos y los muertos por la ley de fuga; los AVC fueron masacrados y eliminados antes de la víspera mientras el que “nunca se ahueva”, según dijo en alguna de sus últimas alocusiones lloraba y orinaba en el pantalón ante los comandos de Taura); de esos talleres surgieron muchos escritores y escritoras que ahora facturan su fama bien ganada y su pose de poetas de élite.
Aparentemente, en esa década en la cual la política se condensó; los nuevos aires que insufló el triunfo de la Revolución Sandinista frente al sátrapa y asesino de Anastasio Somosa; las guerra de liberación sostenidas en El Salvador y Guatemala fundamentalmente; los iniciales intentos de unir la izquierda en este país para hacer frente a la oligarquía insaciable; la cercanía con grupos guerrilleros de diversa índole como las FARC, el EPL, el M19 y el ELN en Colombia o Sendero Luminoso y el MRTA en el Perú pueden dar una idea de la efervecencia revolucionaria en América Latina; pero a la vez sufríamos las dictaduras de los Figueiredo, Bordaberry, Pinochet, Videla-Viola-Galtieri, Stroessner en el Cono Sur; los Bánzer-García Meza; los Velasco Alvarado-Morales Bermúdez, en la región andina para finalmente mirar entre fascinados y sorprendidos el derrumbe del muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS para dar paso a la posmodernidad, la supuesta muerte de las ideologías y el fin de la historia como cantos triunfales del capitalismo sobre la humanidad.
Los talleres literarios formaban parte de toda esa batalla; estaban inmersos en el debate ideológico político para definir el futuro y, fundamentalmente determinar el papel de los escritores y de los intelectuales en general sobre ese vasto campo de batalla que era América Latina. ¿Por qué no nos alineamos con las diversas, distintas y a veces hasta contradictorias tendencias de la izquierda? Porque las revoluciones no solamente se definen en el campo de lo político-militar; demarcan y definen sus tendencias en el campo ideológico-político y ese espacio nos constituyó, nos definió, nos marcó y nos diferenció. No pretendíamos erigirnos en los escritores oficiales de los diversos partidos; queríamos una transformación más profunda para evitar caer en la amarga derrota que constituye el ejercicio del poder encumbrados en las esferas oficiales de los escritores consagrados. Nuestra propuesta era (¡es!) más ambiciosa. Romper la clásica división entre los creadores y los consumidores, entre los escritores sensibles y profesionales y el común de la gente. Queríamos (¡queremos!) transformar la literatura y el arte en general en una dimensión más de la cotidianidad, convirtiendo al ser humano en un ser creativo, sensible, crítico; capaz de elaborar sus más altas fantasías. No pretendíamos derribar viejos iconos para encumbrarnos sobre las ruinas de sus pedestales; no queríamos (¡ni queremos!) ser parte del panteón de los ungidos. ¡La imaginación contra todo tipo de poder! Y, nos propusimos crear, no uno ni dos ni tres Vietnams; para encender la chispa que incendiara la pradera; el Che Guevara pasó a ser parte del folklore de la izquierda veleidosa y objeto de consumo que desdibujó su propuesta de generación del “hombre nuevo”. Con la institucionalización y posterior derrota de la Revolución Sandinista se demostró, y de qué manera, que el poder corrompe; que es más fácil derrotar a los revolucionarios encumbrados en el poder que en medio de un campo de batalla. No de otra manera se puede explicar la debacle de ese esperpento de socialismo que para llamarlo de alguna manera se denominó “socialismo real”, para esconder la arbitrariedad y la falta de imaginación de una burocracia que hizo, de los sueños de la humanidad, un instrumento para obtener prebendas y usufructuar de las delicias del poder.
Por eso, quienes fundamos y creamos el Taller de Literatura Matapiojo, apartándonos del clásico taller con un coordinador que nos ejercite en el duro oficio literario optamos por la coordinación colectiva para demostrar que es posible descubrir, inventar, retomar, irrumpir, cuestionar, maravillar, sorprender desde la intuición y la pasión, desde la vocación inclaudicable de evitar las consagraciones y repeler de manera instintiva el aroma de los consagrados (fundamentalmente de aquellos que han trabajado de manera persistente para hacerse un nombre, a pesar de su mediocridad, aupados por el oportunismo y la manifiesta cultura del veddetismo en nuestra comarquiana esfera literaria).
Paradoja de las paradojas, en la década de los noventa la metodología de taller fue apropiada por aquel entonces por ciertos jóvenes que pusieron e hicieron de ese espacio una especie de círculo de iniciados y de club de fans para adorar la literatura y dar al país el premio Nóbel, Nadal, Herralde, Planeta, Copa Libertadores... en fin cualquier premio para que adquiriese talla universal; pero como verán, tampoco se dio a pesar de todos los intentos por denominarse poetas “feto”, “probeta”, “generación post desencanto”, de cualquier manera la etiqueta no les ayudó mucho a proyectarse en el mercado a los nuevos escritores y escritoras.
Y entonces, luego de este cortísimo viaje estamos de nuevo al comienzo, claro que han pasado ya 10 presidentes (sin contar un triunvirato y una presidenta) –es decir a un promedio de 2 años por período presidencial-; tres constituciones y una sola realidad verdadera, una revolución ciudadana, un puñado de forajidos satisfechos, millones de migrantes que se marcharon en busca del dorado, más o menos 6.000 millones de dólares entregados a los banqueros que están en Miami y otros paraísos del mundo. En fin que esta historia ya la conocen y no me voy a preocupar de recordársela. Total que estamos al comienzo, es decir con una nueva camada de escritoras y escritores, poetas y narradores y narradoras; pero, cuál es la punta que une el comienzo con el final, mágica serpiente ouroboros, que se recrea toda a partir de sí misma.
Un taller no es la reunión de amigos para definir al poeta más sensible, sublime o estratosférico, no es la camarilla de agitadores conspirando contra la academia y las buenas costumbres, no es la secta que elabora el canon y eleva al partenón a los ungidos con la victoria de algún juego floral, no es el grupo de bohemios que deambula en búsqueda de fantasmas ni las interminables discusiones filosofales que no conducen sino a la necesidad de un próximo reencuentro para seguir hurgando bajo la piel hasta despellejarse, tampoco es el sitio de los elegidos por algún dios dador de dones y virtudes –y alguno que otro pecadillo-, para desflorar la vida.
Un taller, creo yo, es un grupo de comunes y corrientes personas sensibles, que trabajan textos a partir del material dado, es decir porfiados constructores de un nuevo e inacabado hipertexto a partir de un palimpsesto que a la vez se constituirá en otro de los tantos y tantos trillones de textos que se acumularán en el espacio para devenir reflexiones, en esa otra nave, que es el tiempo. Clarísimo. O, trataré de entenderme yo mismo, un taller es la reunión de ciertos ingenuos que pretenden escribir otra realidad porque la que existe no es lo suficientemente compleja ni tiene la capacidad de abarcar tantos sueños. O un taller, puede ser, la reunión de doce discípulos con el maestro como eje central para que recorran el camino de la vida, lo llamen el enviado y posteriormente le saquen los ojos, renieguen de él y lo hagan papilla.
Bueno todo eso y mucho más es un taller, es la construcción paciente de textos que puedan comunicar aquello que de manera habitual no podemos hacerlo; para ello nos hacemos de las únicas herramientas que tenemos a mano: la palabra, la sensibilidad, la crítica, la observación, la realidad, el terror, el humor, la ironía, la soledad, la historia, el desarraigo, la imaginación, los sueños, la ingenuidad, el erotismo, el miedo, los colores, el silencio, la literatura, la incertidumbre, la filosofía, la física, las precariedades económicas, las miradas entre compasivas y admiradas de los parientes –en especial de los respectivos compañeros o compañeras cuando se llega a la casa después de trabajar en el taller y decir, entre orgulloso y avergonzado, esto es lo que hice y se saca una miserable hoja de papel con múltiples tachones y dibujos realizados por el resto de compañeros-; además usamos la sombra, los sonidos, la arquitectura, el agua, el aura, los mitos, la medicina.
Tenemos la posibilidad de reinventar el mundo sin necesidad de cobrar nada por ello, y eso nos recrea y nos reconstruye y nos encara y nos eleva o nos envía al abismo, pero siempre de frente hacia lo que constituye nuestra pasión, los textos, la imaginación; la valoración de uno frente a lo que se puede hacer con uno mismo. Porque el taller no es una fábrica de escritores es un trabajo de grupo donde se aprende a escribir con paciencia y pasión, con terquedad para adquirir cierta seguridad, y comprender que la narrativa no es el catálogo de los buenos escritores, que la poesía no es un decálogo para fabricar imágenes y, que la literatura, no es un fin en sí misma, es un medio para ser, hacernos y deshacernos.
La propuesta fundamental de un taller de literatura es (o debería ser) socializar los medios de creación, dar a conocer las técnicas que nos permiten crear para dar por terminada la división entre el arte y la vida. Esa fue una de las propuestas que surgieron hace ya más de dos décadas y creemos que hasta ahora mantiene su vigencia. Hacer de la literatura el ejercicio que nos posibilite romper y desprogramar nuestra rutina para asumirnos en nuestra condición humana. Nunca el taller como espacio de reproducción de vedettes, nunca el taller como factoría de profesionales de la palabra; el taller como espacio de crítica colectiva y de militancia sensible con la vida.
Eso es un taller o así al menos lo hemos concebido, inventado, soñado y recreado en estos años. Al leer los textos de nuevos poetas, narradores y narradoras ustedes sabrán juzgar si se ha conseguido el objetivo, y los que participaron en todo el proceso podrán dar testimonio si les permitió comprender la vida de otra manera porque la literatura al igual que la ciencia da cuenta de la realidad; pero, la literatura, al contrario de la ciencia, tiene la ventaja de poder crear otras realidades, otros tiempos y otros espacios, y, a la vez recrearnos como seres humanos sensibles, asombrados, creativos y críticos; soñantes y soñados, cuestionadores, suscitadores, lúdicos...
Pero cuando la escritura se vuelve pasión se convierte en el giroscopio que nos instala como viajeros en dos naves distintas: el tiempo y el espacio. Y logramos articular el espacio y conseguimos romper el tiempo para construir y demostrar que la vida sigue y está, y nos acecha con su temeraria cantidad de posibilidades, a las cuales, de manera constante y casi maquinal negamos. Entonces vivimos la literatura porque logra construir aquellos escenarios que soñamos y atravesamos las situaciones que alguna vez imaginamos. Si esto es así, y parece ser que se repite en el tiempo como una constante, ¿cuál es la función de los talleres literarios?; ¿qué los diferencia de los grupos de literatos que de una u otra manera se han formado casi siempre alrededor de la tarea de escribir?
Los talleres literarios surgen en nuestro país en la década de los ochenta, con la llegada de Miguel Donoso y su trabajo en la Casa de la Cultura con una metodología aprendida y a medias inventada en México; en esa década se crearon muchos talleres literarios, en muchas ciudades y con diversos nombres, no voy a repetir la historia para no cansarles (solamente déjenme decirles que los talleres hicieron su aparición conjuntamente con las guayuserías, que en el país mandaba Febres Cordero y en las calles se respiraba el olor recién inaugurado de los desaparecidos y los muertos por la ley de fuga; los AVC fueron masacrados y eliminados antes de la víspera mientras el que “nunca se ahueva”, según dijo en alguna de sus últimas alocusiones lloraba y orinaba en el pantalón ante los comandos de Taura); de esos talleres surgieron muchos escritores y escritoras que ahora facturan su fama bien ganada y su pose de poetas de élite.
Aparentemente, en esa década en la cual la política se condensó; los nuevos aires que insufló el triunfo de la Revolución Sandinista frente al sátrapa y asesino de Anastasio Somosa; las guerra de liberación sostenidas en El Salvador y Guatemala fundamentalmente; los iniciales intentos de unir la izquierda en este país para hacer frente a la oligarquía insaciable; la cercanía con grupos guerrilleros de diversa índole como las FARC, el EPL, el M19 y el ELN en Colombia o Sendero Luminoso y el MRTA en el Perú pueden dar una idea de la efervecencia revolucionaria en América Latina; pero a la vez sufríamos las dictaduras de los Figueiredo, Bordaberry, Pinochet, Videla-Viola-Galtieri, Stroessner en el Cono Sur; los Bánzer-García Meza; los Velasco Alvarado-Morales Bermúdez, en la región andina para finalmente mirar entre fascinados y sorprendidos el derrumbe del muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS para dar paso a la posmodernidad, la supuesta muerte de las ideologías y el fin de la historia como cantos triunfales del capitalismo sobre la humanidad.
Los talleres literarios formaban parte de toda esa batalla; estaban inmersos en el debate ideológico político para definir el futuro y, fundamentalmente determinar el papel de los escritores y de los intelectuales en general sobre ese vasto campo de batalla que era América Latina. ¿Por qué no nos alineamos con las diversas, distintas y a veces hasta contradictorias tendencias de la izquierda? Porque las revoluciones no solamente se definen en el campo de lo político-militar; demarcan y definen sus tendencias en el campo ideológico-político y ese espacio nos constituyó, nos definió, nos marcó y nos diferenció. No pretendíamos erigirnos en los escritores oficiales de los diversos partidos; queríamos una transformación más profunda para evitar caer en la amarga derrota que constituye el ejercicio del poder encumbrados en las esferas oficiales de los escritores consagrados. Nuestra propuesta era (¡es!) más ambiciosa. Romper la clásica división entre los creadores y los consumidores, entre los escritores sensibles y profesionales y el común de la gente. Queríamos (¡queremos!) transformar la literatura y el arte en general en una dimensión más de la cotidianidad, convirtiendo al ser humano en un ser creativo, sensible, crítico; capaz de elaborar sus más altas fantasías. No pretendíamos derribar viejos iconos para encumbrarnos sobre las ruinas de sus pedestales; no queríamos (¡ni queremos!) ser parte del panteón de los ungidos. ¡La imaginación contra todo tipo de poder! Y, nos propusimos crear, no uno ni dos ni tres Vietnams; para encender la chispa que incendiara la pradera; el Che Guevara pasó a ser parte del folklore de la izquierda veleidosa y objeto de consumo que desdibujó su propuesta de generación del “hombre nuevo”. Con la institucionalización y posterior derrota de la Revolución Sandinista se demostró, y de qué manera, que el poder corrompe; que es más fácil derrotar a los revolucionarios encumbrados en el poder que en medio de un campo de batalla. No de otra manera se puede explicar la debacle de ese esperpento de socialismo que para llamarlo de alguna manera se denominó “socialismo real”, para esconder la arbitrariedad y la falta de imaginación de una burocracia que hizo, de los sueños de la humanidad, un instrumento para obtener prebendas y usufructuar de las delicias del poder.
Por eso, quienes fundamos y creamos el Taller de Literatura Matapiojo, apartándonos del clásico taller con un coordinador que nos ejercite en el duro oficio literario optamos por la coordinación colectiva para demostrar que es posible descubrir, inventar, retomar, irrumpir, cuestionar, maravillar, sorprender desde la intuición y la pasión, desde la vocación inclaudicable de evitar las consagraciones y repeler de manera instintiva el aroma de los consagrados (fundamentalmente de aquellos que han trabajado de manera persistente para hacerse un nombre, a pesar de su mediocridad, aupados por el oportunismo y la manifiesta cultura del veddetismo en nuestra comarquiana esfera literaria).
Paradoja de las paradojas, en la década de los noventa la metodología de taller fue apropiada por aquel entonces por ciertos jóvenes que pusieron e hicieron de ese espacio una especie de círculo de iniciados y de club de fans para adorar la literatura y dar al país el premio Nóbel, Nadal, Herralde, Planeta, Copa Libertadores... en fin cualquier premio para que adquiriese talla universal; pero como verán, tampoco se dio a pesar de todos los intentos por denominarse poetas “feto”, “probeta”, “generación post desencanto”, de cualquier manera la etiqueta no les ayudó mucho a proyectarse en el mercado a los nuevos escritores y escritoras.
Y entonces, luego de este cortísimo viaje estamos de nuevo al comienzo, claro que han pasado ya 10 presidentes (sin contar un triunvirato y una presidenta) –es decir a un promedio de 2 años por período presidencial-; tres constituciones y una sola realidad verdadera, una revolución ciudadana, un puñado de forajidos satisfechos, millones de migrantes que se marcharon en busca del dorado, más o menos 6.000 millones de dólares entregados a los banqueros que están en Miami y otros paraísos del mundo. En fin que esta historia ya la conocen y no me voy a preocupar de recordársela. Total que estamos al comienzo, es decir con una nueva camada de escritoras y escritores, poetas y narradores y narradoras; pero, cuál es la punta que une el comienzo con el final, mágica serpiente ouroboros, que se recrea toda a partir de sí misma.
Un taller no es la reunión de amigos para definir al poeta más sensible, sublime o estratosférico, no es la camarilla de agitadores conspirando contra la academia y las buenas costumbres, no es la secta que elabora el canon y eleva al partenón a los ungidos con la victoria de algún juego floral, no es el grupo de bohemios que deambula en búsqueda de fantasmas ni las interminables discusiones filosofales que no conducen sino a la necesidad de un próximo reencuentro para seguir hurgando bajo la piel hasta despellejarse, tampoco es el sitio de los elegidos por algún dios dador de dones y virtudes –y alguno que otro pecadillo-, para desflorar la vida.
Un taller, creo yo, es un grupo de comunes y corrientes personas sensibles, que trabajan textos a partir del material dado, es decir porfiados constructores de un nuevo e inacabado hipertexto a partir de un palimpsesto que a la vez se constituirá en otro de los tantos y tantos trillones de textos que se acumularán en el espacio para devenir reflexiones, en esa otra nave, que es el tiempo. Clarísimo. O, trataré de entenderme yo mismo, un taller es la reunión de ciertos ingenuos que pretenden escribir otra realidad porque la que existe no es lo suficientemente compleja ni tiene la capacidad de abarcar tantos sueños. O un taller, puede ser, la reunión de doce discípulos con el maestro como eje central para que recorran el camino de la vida, lo llamen el enviado y posteriormente le saquen los ojos, renieguen de él y lo hagan papilla.
Bueno todo eso y mucho más es un taller, es la construcción paciente de textos que puedan comunicar aquello que de manera habitual no podemos hacerlo; para ello nos hacemos de las únicas herramientas que tenemos a mano: la palabra, la sensibilidad, la crítica, la observación, la realidad, el terror, el humor, la ironía, la soledad, la historia, el desarraigo, la imaginación, los sueños, la ingenuidad, el erotismo, el miedo, los colores, el silencio, la literatura, la incertidumbre, la filosofía, la física, las precariedades económicas, las miradas entre compasivas y admiradas de los parientes –en especial de los respectivos compañeros o compañeras cuando se llega a la casa después de trabajar en el taller y decir, entre orgulloso y avergonzado, esto es lo que hice y se saca una miserable hoja de papel con múltiples tachones y dibujos realizados por el resto de compañeros-; además usamos la sombra, los sonidos, la arquitectura, el agua, el aura, los mitos, la medicina.
Tenemos la posibilidad de reinventar el mundo sin necesidad de cobrar nada por ello, y eso nos recrea y nos reconstruye y nos encara y nos eleva o nos envía al abismo, pero siempre de frente hacia lo que constituye nuestra pasión, los textos, la imaginación; la valoración de uno frente a lo que se puede hacer con uno mismo. Porque el taller no es una fábrica de escritores es un trabajo de grupo donde se aprende a escribir con paciencia y pasión, con terquedad para adquirir cierta seguridad, y comprender que la narrativa no es el catálogo de los buenos escritores, que la poesía no es un decálogo para fabricar imágenes y, que la literatura, no es un fin en sí misma, es un medio para ser, hacernos y deshacernos.
La propuesta fundamental de un taller de literatura es (o debería ser) socializar los medios de creación, dar a conocer las técnicas que nos permiten crear para dar por terminada la división entre el arte y la vida. Esa fue una de las propuestas que surgieron hace ya más de dos décadas y creemos que hasta ahora mantiene su vigencia. Hacer de la literatura el ejercicio que nos posibilite romper y desprogramar nuestra rutina para asumirnos en nuestra condición humana. Nunca el taller como espacio de reproducción de vedettes, nunca el taller como factoría de profesionales de la palabra; el taller como espacio de crítica colectiva y de militancia sensible con la vida.
Eso es un taller o así al menos lo hemos concebido, inventado, soñado y recreado en estos años. Al leer los textos de nuevos poetas, narradores y narradoras ustedes sabrán juzgar si se ha conseguido el objetivo, y los que participaron en todo el proceso podrán dar testimonio si les permitió comprender la vida de otra manera porque la literatura al igual que la ciencia da cuenta de la realidad; pero, la literatura, al contrario de la ciencia, tiene la ventaja de poder crear otras realidades, otros tiempos y otros espacios, y, a la vez recrearnos como seres humanos sensibles, asombrados, creativos y críticos; soñantes y soñados, cuestionadores, suscitadores, lúdicos...
2 comentarios:
hola, Chicos, Es onerosa para encontrar gente educada sobre este tema, sin embargo, suena como te das cuenta de lo que estás hablando! Gracias
Tiene razón, compañero. Yo también soy poeta y entiendo lo que es pertenecer a una generacipon de escritores y que nadie te tome en cuenta, tu deberás ser uno de los de la generación de los posdesancanto pero nadie te menciona. Me ha pasadao exactamente lo que a ti.
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