Y son cuatro: Elsy Santillán Flor, Bolívar Flores Hidalgo, Fabián Vallejos Almeida y Efraín Espinoza Falconí; pero éramos muchos y seguiremos siendo multitud.
Convocados por
la memoria, por la amistad y el miedo al olvido; comparecen aquí, cuatro
autores y un solo pecado, cuatro delirios y una sola convicción: la literatura
es la única arma que se puede disparar en todos los frentes sin causar daños
colaterales más que a sus autores.
Escribir es un riesgo, es un acto de develamiento, escribir es conocer el viejo truco de los escondites, de las islas donde se ocultan los tesoros.
Miro la
historia, miro la portada del Deseábulos 1 y aquilato el tiempo que nos ha
sido dado. Cómplices siempre, jinetes de una travesía que se extingue en cada
página. Nada de lo vivido es recuperable y, sin embargo, en estas páginas
están. Están los escondites, la magia, los mundos imaginados, el escenario
donde se despliega la nostalgia y la frustración. Cuatro autores en su salsa. Deseábulos
3 y son mucho más… Libro para diseccionarlo según el tiempo y la página
desde la que se lo aborde.
Cuatro
estaciones, cuatro senderos que se reencuentran en el principio, en los
orígenes, a pesar de la vocación por la partida, por los viajes, por los mundos
de ensoñación. La realidad pierde la partida.
(Elsy
Santillán Flor)
El mundo de la infancia
recortada por el recuerdo en esos jardines que solo acunan silencio, nostalgia,
vacío y cándidas risas que ya no resuenan.
“he amado más allá de lo debido, / he llenado mi propio vacío / con
verdades envueltas” (p. 23).[1]
Estamos de regreso de todo, nos
atrevimos a mirar más allá del ocaso, no existe nada más que nuestra
imaginación para explorar, ya nada nos arredra:
“El
aire es una piedra tan pesada / que pesa más que el todo que circunda.” (p.
35)
Elsy Santillán Flor, desde las sombras imaginadas de viejos árboles podados, desde las macetas
de una casa que ya no existe traza su mirada sobre:
“La
vida en sí, / maligna perra de hortelano. / Y desde esta fortaleza agigantada /
por el recuerdo punzante / que
devastó la vida para siempre.” (p.
44)
Viajeros del tiempo, archivistas de instantes,
constructores de poesía desde la cotidiana manera de encarar la vida;
contemplar el camino con un espejo que recupera las imágenes. Aquellas que con
mucho pesar nos han constituido.
“El juego y los amigos / reemplazarían
al hermano muerto, / el perfecto tío / al ascendente irresponsable.” (p.
46)
Porque, a nuestra manera nos fuimos deshaciendo en medio
del trayecto, pusimos tanto empeño en marcarlo que hasta perdimos nuestros
zapatos, nuestros modales. Pero a pesar de eso persistimos, como dice Elsy:
“solo somos ramas, / fuertes
ramas de árboles gigantes, / que cabalgan en el viento de la noche.” (p.55)
De aquella propuesta pergeñada hace ya
más de tres décadas se recupera la terca pasión para seguir caminando, buscando
a pesar de que sabemos el destino porque lo hemos vista ya en tantos ojos, en
tantas manos que nos niegan ya, su abrazo. De Elsy persiste esa risa que
desordena toda estantería pacientemente estructurada. A pesar de todos los
avatares siempre mantiene su alegría que la protege de sus propios fantasmas.
Su risa será el
antídoto contra cualquier noche…
(Bolívar
Flores Hidalgo)
Siempre en
solitario, cabalgando viejos rocinantes, su adarga y su sombrero de
ilusionista; Bolívar Flores Hidalgo, actor, poeta, teatrero, vividor de
los últimos recovecos de la bohemia, con su pelo encanecido por la experiencia
y el amor… Luchando contra la desidia y el abandono. Esta vez nos sirve un Café
con aroma de nostalgia… para hacer rodar nuevamente la película del olvido
y de la historia, que, en este país, son casi sinónimos. Fantasmal siempre,
perseguido por el bullir de las banderas, de los héroes y mártires de una
secuencia que no termina. Siguen cayendo a pesar de las cámaras de los
celulares, no hay la cura contra la prepotencia y el desparpajo. Tiene esa capacidad para revivir “pasajes
inolvidables de la vida universitaria en los años ochenta: recitales de poesía,
peñas, canción protesta, paseos al campo, acaloradas discusiones sobre cultura,
el papel del arte en el proceso revolucionario, militancia política, teatro,
festivales artísticos (p. 61).
Nos pone en
escena, nos vuelve a convertir en protagonistas de una historia que ya no
impresiona a nadie. Ahora contamos las muertes por cientos, desde pequeños
niños hasta mujeres que, en la plenitud de la vida, desaparecen sin dejar
rastro.
El asombro ya
no tiene cabida, las cifras oficiales rebasan nuestra capacidad de imaginación.
Aquellas escenas macabras desplegadas en las cárceles o el terrible destino de
cuatro niños en manos militares hacen, de Café con aroma de nostalgia un
fresco de aquellos tiempos cuando la ciudad aún no se vaciaba hacia los valles
y la música resonaba en los altoparlantes de los buses para recordar: la
muerte del Che Guevara, el asesinato del camarada Milton Reyes, la muerte de la
maestra Rosita Paredes, el golpe de estado en Chile, la muerte del presidente
Roldós, la muerte del presidente panameño Omar Torrijos, el asesinato del
camarada Jaime Hurtado González (pp. 61 y 62). Personajes que, parecen
desvanecerse en la neblina del tiempo y que Bolívar persiste en restañar.
El Sutil
encanto del aniversario femenino es una obra políticamente incorrecta en un
tiempo donde guardar las formas tiene más valor que luchar por transformar la
realidad. Y entonces, el hecho que la hipocresía subsista gracias a la
gazmoñería y la complicidad de una religión que encubre pederastas y
abusadores, da cuenta de la situación actual del país, de la sociedad, del espíritu
de los y las protagonistas. Hay que ser políticamente incorrectos, pues el
tiempo no está como para coexistir con fascistas en auge y asesinos de
niños.
“un laureado
poeta aparece con delantal, guantes y un gorro de cocinero, repartiendo
suculentos platos a las encopetadas señoras” (p. 63). A pesar de que a la poesía se la ha convertido en
un bien a tranzar, en un festival; Bolívar está aquí, para señalar con su voz,
que los poetas deben bajar del Olimpo y ponerse a trabajar con la gente de la
calle…
(Fabián
Vallejos Almeida)
Fabián Vallejos Almeida, clandestino
turista / en esta esfera / en busca de la perfección / el amor / y otros
matices (p. 132), mantiene su proceso
de transmutación, los mundos que diseña y los personajes que describe moran en
otras dimensiones a pesar de mantener esa vocación terrenal por el amor y la
ternura.
Personajes y mundos que
transgreden las normas y conviven en espacios de doscientas sonrisas de largo y
quinientos suspiros de ancho en Tosap, 21h30, 17-03-10096mtDK / Luz
verde para el canto (p. 162).
La sensualidad que despliegan al caminar, al sonreír,
al conversar y esa predisposición para encontrar el amor como una obsesión
donde la magia del encuentro está presente. Mundos habitados por Mihoki,
el profesor Sivael Hokil Lohu, Niko De Lobus, Vik Lin, Lovidia,
Mihoki, Mielami y una serie de personajes que habitan mundos y
galaxias como Kuevul, Otsap, De Lobus, donde todo va “pasando
sin contratiempos, los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas,
los meses y los eliokrones” (p. 145). Mundos fantásticos que quedarán en
nuestra imaginación cuando las élites hayan acabado con el nuestro y
protagonizado el gran escape si no somos capaces de preservarlo.
Mientras su
corazón latía con toda exactitud, sus pensamientos se distribuían redondos por
el horizonte; tenía vista a las montañas de su tío, al cielo de su padre, al
bosque de árboles de ojorob, al río de margaritas de la abuela, al mar de las
gaviotas de su amada, y en tiempos de versol tranquilamente cosechaba los
ocasos, los dorados ocasos sembrados en el mar allá distante, como también
podía tocar los pianos en la arena con sus versos o montar caballitos de mar en
sus poemas. (p. 150)
Mundos como vemos, que la oligarquía
digital pretendería colonizar; de la mano de la osadía, la inequidad, la
violencia; si los conociera, pero que, por suerte para su autor, y para
nosotros solo existe donde es posible darle color y fuerza a la existencia, que
los poemas ahora (tengan) alas, ahora (fueran) trompetas
llamando a la revolución, (…) trompetas de miel, de viento, de sol,
llamando a la paz, a la ternura, a la ternura solar. (pp. 150 y 151); donde
es posible que:
Mihoki le (diera) un beso, un beso sin
dimensiones ni conceptos, ese beso que no constaba en el diccionario sideral,
pero (que) fue clasificado y archivado prolijamente en el disco duro, en
la memoria virtual y en los centros y múltiplos pensantes de todo su
microcosmos. (p. 159)
Si no escapamos
a tiempo correremos la misma suerte que los Árboles, pájaros, montañas y
astronaves (que) desaparecieron virtualmente, (mientras) volaban
a pocos eliokrones del sol de Ors, aerolitos de alta densidad, hoyos negros y
fosforescentes, iluminadas nebulosas, traslúcidas cometas y, naves
intergalácticas se (reflejan) en la comentizadora de la nave. (p.
172)
Solo alguien
del temple y poseedor del aura blanca como Fabian es capaz de vivir y
amar en esos mundos.
(Efraín
Espinoza Falconí)
Alguna vez,
hace ya tanto tiempo, viajábamos a Riobamba a presentar el poemario De uvas
y Evas, de Efraín Espinoza Falconí, que es el cuarto integrante de
este libro colectivo, aún no habíamos logrado imprimir el libro, pero ya
teníamos programado el acto. A pesar de la inexistencia del objeto de lectura,
igual lo presentamos. Ahora, el libro está listo, el acto se está llevando a cabo,
pero el autor es el que falta. Algo no cambia nunca, somos y no somos los
mismos.
Tanto desde
Londres o desde Ibiza, Efraín formó parte del colectivo Imaginar y, antes, del
Taller de literatura Matapiojo; porque solo es posible la construcción de la
utopía, de los sueños y de la solidaridad hermanados por esta herramienta que nos
da la oportunidad de elaborar otros mundos, otros sueños y hasta otros amores. Ni
guardián, ni sendero presenta Efraín en el Deseábulos 3.
Con ese mismo
empecinamiento que le hizo viajar a Europa, y esa terca pasión que le
caracteriza, pues, “somos apenas todas las direcciones del viento empujando
a las embarcaciones contra la autoridad de las rocas”. (p. 184)
Ni la edad ni
la distancia son factores que nos permitan pontificar, dar lecciones o
convertirnos en sendero o, mucho peor, en guardianes. Mantenemos la misma “seguridad
de tropezar, de dar justo con la misma piedra / una y otra vez…” (P. 188),
pues, si algo nos caracteriza, es la duda, la imposibilidad de alcanzar la
certeza. Una y otra vez nos preguntamos.
“Es la memoria y no el
olvido / la que está llena de fantasmas / son los fantasmas quienes nos
olvidan. (P. 191) Son las cosas, la historia, la vida la que nos deja
atrás, la certidumbre, el mundo práctico carcome y acaba con los que dudan, con
los que ponen a prueba las verdades.
“Parto
desde la locura para llegar sobrio / a las ideas que aguardan por el rencor.”
(p. 196) “¿Me esperas? / Ola fresca para gritarme en los oídos / que la
marea está alta y que debo volver” (p. 204). La poesía nos impele a
adentrarnos en las borrascas, aventurarnos en el mar picado para salir apenas
airosos con nuestra propia existencia para nuevamente conspirar en contra de la
mortal certeza.
“Amanecer
en el capricho del tiralíneas / y en la sexual atracción de un papel en blanco.
/ (…) / comenzaré por cualquiera de los folios innumerados” (p. 207).
Poesía del
exilio voluntario, de la búsqueda de horizontes cuando las posibilidades del
país se caían, como ahora, a pedazos, desgarrado por la voracidad de los
prestamistas, por la inopia y estulticia de los gobernantes. Nada ha cambiado y
sin embargo… soñamos con el regreso a pesar de que “convertido en río, los
zapatos se (deshagan) en las aceras / de una ciudad que también llora”
(p. 213).
Combatir a
todos los monstruos para arribar, al cabo de veinte años, como el viejo Ulises,
a su amada Ítaca, y encontrar: “Paralelas sombras del destino / Huellas / Pedazos
de sueños en los cristales / Botellas vacías / Conteniendo las trizas de una
canción” (p. 217).
Y, a pesar de
haber caminado tanto, de haber descubierto que la humanidad es la misma en
todas partes y que la voluntad de destrucción es más fuerte que el amor o la
solidaridad; todavía es posible solicitar:
“No apagues la luna por favor; / y déjame dormir hasta que el olvido se haga primavera…” (p. 221).
En definitiva, en este acto de
presentación, se ratifican las posiciones de cuatro de los doce integrantes que
conformamos el primer Deseábulos, su permanencia en la orilla de la
creación y su voluntad para poner en duda la realidad aciaga. Visiones que
hurgan las entrañas del pasado, sin nostalgia, con la entrañable voluntad de
cuestionarlo, de construir otro presente (otros, ¡muchos!), de reírse de manera
franca y sarcástica sobre las máscaras, los oropeles, las fantasiosas actitudes
de las subélites condescendientes con el poder; la posibilidad de construir
otros mundos, porque solo la técnica es nuestro límite (pero, si quisiéramos la
podríamos expropiar para ponerla al servicio de la mayoría de la humanidad). En
fin, que seguimos navegando a pesar de que no sabemos hacia dónde nos llevarán
la marea, los vientos, el mar encrespado y, nuestro deseo, ese deseo
evanescente que nos hace vernos desnudos e inocentes frente a la gran embestida
del fascismo y la supremacía racista.
Que el viento
nos lleve a buen puerto o, por lo menos, que podamos asirnos a alguno de los
restos del mundo para, al cabo de los tiempos, arribar a esa playa donde todos
los sueños son posibles.
Pablo Yépez Maldonado
25 de enero del 2025
[1] Todas las referencias son de Deseábulos 3;
Cuento, poesía, dramaturgia (2024). Santillán Flor, Elsy; Flores Hidalgo,
Bolívar; Vallejos Almeida, Fabián; Espinoza Falconí, Efraín. Quito, Locomotora Ediciones.
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