¡ARRIBA LOS POBRES DEL MUNDO!
A propósito de la próxima publicación de la ANTOLOGÍA DE POESÍA DE RAFAEL LARREA
En medio de las discusiones contemporáneas, nadie pone en duda que la tarea fundamental de un poeta es escribir. Y escribir bien si es que tiene la capacidad para hacerlo. Debajo de esta muletilla subyace aquella acusación que prende las mesas filosofales y derrama las vísceras de los contertulios cuando se despliega, sobre el mantel, la política, o el discurso de lo político para ser políticamente más correcto. Porque, si además de la prudencia que deben manejar los poetas en tiempos de crisis se les exige que se preocupen de los fantasmas sociales, esta exigencia resulta demasiado grande para aquellos seres constreñidos al enfrentamiento diario con el delirio, con la concupiscencia, o el desvarío.
Si debajo de la piel de América, de la nuestra se entiende; aplicamos un termómetro para medir el grado de pasión que existe; debido, entre otras razones, al deseo latino y a la crisis económica; coincidirán conmigo que es casi imposible no contagiarse de aquel mal que empieza con “pe” y no puede terminar peor que en “a”. Es entonces cuando los estetas se rasgan las vestiduras y piensan que la poesía debería, con esa forma de deber que es común a todos los tercer—mundialistas, ser pura como una pastilla de alkaseltzer; blanca como la conciencia de Fray Escrivá de Balaguer; críptica como todos los planes de atención social de los gobiernos y estar de acuerdo a los cánones establecidos por la franciscana lengua de Don Fray Gaspar de Carvajal. Esa, dicen, sí es poesía. Y de la buena.
Pero el gusto del intelectual pequeño burgués es ramplón y timorato, con un alto sentido de culpa (en unos casos por no ser lo suficientemente pobre y, en la mayoría de los casos por no poder ser lo suficientemente rico); intelectuales que agitan sus trascendentales palabras en el mar anodino del acomodo y la timidez; entonces llaman crípticos a sus intentos de resolver sus test, sus cafés y hasta sus complejos con la ayuda del lector que le permitirá trazar líneas maestras para comprobar lo que él ya sospechaba: que, en realidad, sufre de un gran síndrome de desadaptación lo que le impide subirse a la mesa de los antiguos mecenas sin sentirse avergonzado por sus malas maneras, su pobre indumentaria y lo que es más triste, por su lenguaje morigerado ante la necesidad de ser aceptado.
Frente a todo lo anterior, con menos frecuencia pero con mayor fortuna, existe otra tendencia para entender la poesía. Aquella que naciendo de la parte instintiva, se convierte en el eje rector de una racionalidad que se dirige hacia la ternura, la solidaridad, el amor, la pasión; pero por sobre todas las cosas, la fidelidad a sí mismos; esa posición indeformable que permite, a un individuo, asumirse tal cual es. Y punto. Sin pedir permiso a los críticos, a los dadores de fama y fortuna, a los editores dueños del catálogo de virtudes. Firme y apasionadamente delinean su vida al margen de las santas cofradías, de los grupos de autoalabanzas o loas cruzadas; sin importarles los críticos comprometidos con la lengua. Solos frente a su oficio, a la terca pasión por asirlo todo, palparlo, desacralizarlo; jugar con esa realidad fatua y esquiva en medio de sus labios proxenetas, lujuriosos ante esa casquivana concreta que deambula por el mundo agrandando diferencias y repartiendo inequidades.
Es entonces que es posible entender a los poetas que se encabritan que deconstruyen y reorganizan, sacuden el polvo de las neuronas de los críticos acartonados, de los cítricos críticos profesionales, o cretinos en el opúsculo de la palabra.
“De mi espalda
nace esta flor que envío al monte,
mi pariente,
a los lagos, a los ríos, al mar brindo esta flor
de dolor y sangre,
esta pestaña, esta roja entraña
de soles incendiarios.”
Es que existe una mágica realidad que nos atenaza del cuello y no nos quiere soltar. O asumimos una posición contemplativa para demostrar que, a pesar de que nos congelaron la sonrisa junto con nuestros dólares, tenemos aún el recato de vivir sin reclamar, sin dar a conocer que nos estamos comiendo la camisa; actitud de decencia dicen los poetólogos. O actuamos de otra forma ante la vida que intenta tragarnos con sus inmaculados dientes para convertirnos en un eslabón más de la cadena trófica; tomar la vida como es; sin contemplaciones, sin falsas expectativas. Sabiendo que cada día que pasa el ombligo estará más cerca de la espalda.
“Y aquí me quedo!
Me quedo en ti
tierra, pájara, mujer.
Y para decir ¡te amo!
me subo al cerro,
a la luna me empino para amarte,
para besar tus pies soy lengua de vaca,
cuchillo soy para acabar tus penas, ...”
Porque el poder no nos nace de cuna ni no nos viene con la tarjeta de crédito. El único poder real que poseemos, lo dijo Rafael, es el poder de lo irreverente. Porque más mortal para el sistema es la toma de Carondelet por espacio de tres horas por un indígena que la creación de un fondo millonario para repartir a las comunidades con la finalidad de bajar la temperatura. Porque en lo simbólico, en ese imaginario de lo sagrado, en el último reducto de su linaje, en ese sitio inmaculado está el talón de aquiles de nuestra clase dominante.
“Es un portal
la cama para todas las sombras,
la noche lame hueso
helado en mi país,
se reparten sin pausa
su camisa bordada,
pero zurcimos lomas
para nunca morir.
Es su pocilga, solo, aguilucho sin alas,
un obrero latino, en Nueva York, exclama :
!por Ecuador, carajo¡
y se bebe hasta el Ande, la orquídea y el estero
añorando con sangre una palabra humana,
una esquina de pueblo,
un viejo modo de ver, de ser, el suyo.
Y se mantiene vivo soplando los rescoldos.
En fin de cuentas somos
solo un rincón del mundo,
y como todos los pueblos
¡nos bañamos en llamas!”
Entonces, el violento despertar de las burbujas, ¡la champaña no es nuestra! Se nos han bebido toda la alegría. La fiesta de las mariposas, del futuro, de los niños. ¡No existe, es solo una quimera! Y los viejos y doctos críticos de la lengua. Bien gracias, deglutiendo empanadas gordas de aire y miel. ¿Y los poetas de la globalización, la posmodernidad, el desencanto? Afilando la lengua para cuando la crisis pase y nos podamos ver ya, sin la neblina del hambre o la urgencia de la angustia. ¿Y la poesía y su poder de subversión?
“Nosotros,
la luna,
los caballos ...
seguidores del sol y de la noche,
de las ideas bellas, imposibles,
inútiles,
nostálgicas ...
(.........)
Nuestro es el juego del alba,
no hay dique capaz de detener la vida,
hemos abierto todas las puertas,
una tras otra.”
Porque debajo del caparazón sensible o senil –depende del caso-, se acodera el andamiaje tosco de la vanidad, del acomodo; reminiscencias del viejo ritual de las capillas, nos hace falta el olor del incienso para elevarnos; unos dicen que para dejar ya de pertenecer al bando de los eternos perdedores, otros por simple molicie para ascender al peldaño de los ungidos, de los premiados.
“... por qué ha de ser tan lunes este día
en que me hundo con zapatos y todo
en el recuerdo de ese beso rojo,
de esos labios para morder,
solamente por ella quiero ver al sol
abriendo esta puerta,
salud,...”
Es el amor, ese amor promiscuo de pasión, el continente de la poesía de Rafael Larrea. No es el coito reglamentado por el orden o la asepsia, es la ternura que brota en el margen de la vida, donde no se establecen los libretos pregrabados. Es la posibilidad de asir la vida al paso, con una vocación que va más allá de la transgresión. Es un permanente redescubrimiento de la vida no de los altares, del amor no de los artificios. El asombro cotidiano ante “Cada vecino / (que) es una tragedia diferente.”
Es difícil catalogar las actitudes de los “otros” frente a Rafael Larrea; pero es necesario. No porque pretendamos tener el veredicto final e inapelable sino porque es preciso restañar distancias. Si el silencio es un arma, la utilizaron sabiamente; si el estigma es una confabulación, la armaron muy bien; si los calificativos deben tomar en cuenta los atributos del sujeto, violaron permanentemente las reglas. Pero a despecho de muchos, y como él mismo lo dijo :
“Adiós. Adiós. Tú también te quedas
con nosotros. Cuidaremos de ti.
De tu memoria.
No habrá jamás olvido, amigo mío, nuestro.”
Pues un poeta jamás muere.
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