miércoles, noviembre 18, 2009

SOCIOLOGÍA Y LITERATURA EN EL ECUADOR

Una relación bajo sospecha

Pablo Yépez Maldonado

Quito, octubre del 2009

En los nuevos tiempos, en esta era de cambios y fogosos discursos sobre la revolución y el poder de los ciudadanos; en esta época en la cual la incertidumbre da paso a la esperanza, a la posibilidad de concretar por lo menos la racionalidad del aparato estatal, la consolidación de un proyecto nacional (discutible, pero por lo menos existe una propuesta a ser discutida); en estos momentos en que se inaugura una nueva época (otra) con todos los vientos a favor a pesar de que existe un vacío de la participación de los ciudadanos en la construcción concreta o por lo menos en una base social de apoyo efectiva para concretar los cambios; preciso es hacer un breve recuento de las diversas etapas por las cuales nos ha tocado atravesar para llegar a donde estamos. Tanto desde el punto de vista de los personajes como de los actores, de los tramoyistas, de los iluminadores, de los guionistas, de los cronistas, de los que en definitiva han actuado y siguen actuando en el escenario de lo que es el actual Ecuador. Es el tiempo de la reflexión para evitar llegar a Puerto de Palos, nuevamente.

Debajo de todos los discursos, de las experimentaciones formales, de los manifiestos y de los ensayos; lo que se discute es la reubicación del poder político y cultural, como siempre que existen movimientos agitados en el decurrir de la historia. Debajo de los discursos relamidos de algunos literatos y crípticos de la mayoría de sociólogos o investigadores sociales se oculta esta realidad; en esencia cuál es el discurso que prevalece en los meandros del poder. Más allá de las repetitivas y manidas discusiones; lo que subyace en la polémica, es la construcción del discurso político recogido por los sociólogos y la construcción del canon por parte de los literatos. ¿Hasta qué punto es válida esta percepción y esta relación? Al parecer la historia actual justifica este paralelismo pues, como se demostrará en el transcurso de la presente, los personajes de novela de la décadas de los 70 y 80’s son los protagonistas de la historia real. Es posible, según los intelectuales que ocupan el Palacio de Zoonderet, construir una nueva nación –aquella permanentemente en ciernes- a partir de la edificación racional, ordenada y aséptica determinada por Senplades –que se asemeja a la versión orwelliana de la institución encargada de normar los sueños y ¡hacerlos realidad!-.

No es casual, o podría ser nada más la constatación de que debajo de la pretendida escritura científica acerca de la realidad se encubre la fantasía más delirante, que nuestro mayor sociólogo –es decir para trasladar a él alguna de las valoraciones que realizó acerca de la aceptación de las obras: pues ha sido publicado en varias editoriales y su circulación ha trascendido las fronteras patrias-, se bautizó como hombre de teatro y mantuvo una relación muy estrecha con la literatura en su intento de explicar –ya no de captar- la realidad. La fina línea divisoria entre literatura (es decir ficción) y sociología (es decir un permanente ensayo) va de la mano de la realidad cambiante, vertiginosa, a veces inasible de esta historia que se construye a golpe de forajidos, vándalos, aventureros, príncipes, marginales, políticos de caricatura, seres de carne y hueso que son retratados ficcionalmente o descritos científicamente en un esquizofrénico intento por asir la realidad, como pretendían aquellos escritores de la generación del 30, o evadirla como lo hicieron a su manera literaria y literalmente la generación que se decapitó, o aquella más actual que se retrató sí misma en su tránsito del más completo optimismo hacia su desencanto. Se arguye que los sociólogos de antaño, así como los cronistas son a los antropólogos, son los narradores; de la misma manera los ficcionalistas de hoy parecen ser los sociólogos pues no se deja de ver su impronta tras todos los proyectos de desarrollo ante una realidad que se resiste a torcer su cuello de cisne.

Esa permanente construcción del discurso, de la trama, de los personajes y de la voz narrativa son la realidad o nada más una realidad soñada; es decir personajes que se sueñan sociólogos o sociólogos que se piensan personajes[1].

CÓMO EMPIEZA EL CUENTO DE LA PATRIA

La historia tiene fracturas, fases que impelen a los actores sociales a hacer su destino aún a pesar de no tener la conciencia suficiente como para detallar todos sus aportes en los manuales oficiales que explican esos pasajes turbulentos y aún esas épocas de tranquilo discurrir de los hechos. La construcción de la añorada “identidad nacional” ha constituido el eje de reflexión de muchos pensadores; por eso no es extraño hablar de la literatura como parte importante en la configuración de las propuestas, tanto hegemónicas como contra hegemónicas.

Si se toma los mapas de circulación para arribar a la época contemporánea siempre se transita por los mismos hitos; la mirada es la distinta: Velasco o la reconstrucción del imaginario Reyno de Quito antes y durante la llegada de los sedientos de oro; Espejo y el problema de la identidad, o cómo acceder al instrumental discursivo oficial para disputar en el plano de lo erudito y/o científico los espacios del poder y del conocimiento; Mera y Montalvo son una expresión bifronte que se descuadra en el escenario pues si bien es cierto que el liberal se (con)dolió de la situación de los indios prefirió el lenguaje castizo para ser aceptado dentro de la elite de prosistas; mientras que el Mera[2] conservador y romántico hasta el desparpajo de la imitación es el que recupera cierta poesía y narraciones orales populares o los restos de la memoria colectiva luego de la larga permanencia de los españoles y la no menos devastadora acción de los marqueses y criollos en los espacios de la administración de la ya república del Ecuador. Figuras que se hicieron a sí mismas en el (des)concierto de la constitución de la república, en el imaginario de lo que podría ser el nuevo mundo; bajo la vigilancia de la iglesia dogmática, explotadora y obscurantista y en contra del anodino acontecer del quehacer intelectual de la época.

Luego de los años de configuración de ese imaginario colectivo desdibujado en un simple nombre vaciado de toda significación; la narrativa se encuentra a bocajarro con la presencia de las voces propias, las disidentes, las que buscan construir su propio lenguaje, sus propios personajes y su propia razón de ser como escritores. Emerge la literatura del montuvio, la del negro, la del cholo, la del indio (visto de lejos, pero al fin como personaje fundamental pero indescifrable); la del obrero y la narrativa de la ciudad. Con todos los desafueros que se pudieran haber cometido, dentro de una sociedad que lo que reclamaba era la “buena” literatura y esa (como hasta ahora) es la que viene de afuera, la de Francia, la de la Europa mítica, la de EE.UU. y su fabulosa capacidad para inventarse y automitificarse además de flagelarse y flagelar por supuesto. Una generación que parte del rechazo de la poesía de los decapitados al reto de constituir un proyecto nacional; una apuesta con diversos senderos y propuestas desde aquella del realismo social hasta la del realismo abierto como aquellos que constituyeron en sí mismos una escuela sin seguidores como Hugo Mayo y Pablo Palacio.

Una revisión a trancas y barrancas para llegar a lo que nos interesa; luego de la paulatina desaparición de escena de los escritores del realismo en todas sus vertientes y después de un largo silencio llegamos más o menos a la inauguración de la modernidad y su filón de oro el petróleo. Una época en la que se inaugura por decir lo menos el Ecuador actual, que sobrevivirá incluso a la debacle más grande y a la apropiación más descarada de la riqueza social por parte de la oligarquía voraz y no filantrópica.

No sé si constan las novelas a ser comentadas en el ranking de las mejores[3] pero creo que son las más significativas para el tema que nos convoca, desde la década de los 70; Entre Marx y una mujer desnuda (1976) de Jorge Enrique Adoum; El desencuentro (1976; reeditada con cambios profundos en 1983) de Fernando Tinajero[4]; Teoría del desencanto[5][6] (1989) de Raúl Pérez Torres y El devastado Jardín del Paraíso (1990) de Alejandro Moreano[7] y; en ese orden de aparición; dentro de un contexto más amplio que no pretende agotar el análisis de la narrativa del Ecuador sino poner en tela de duda, como hace la literatura y como pone en evidencia la sociología, la realidad tanto la ficcional como la realidad real ahora que podemos hablar de las múltiples realidades y universos paralelos si se quiere ser cuántico.

DE LA DESTRUCCIÓN A LA RECONSTRUCCIÓN DE LO NACIONAL

Arrasados los mitos fundacionales, derribados todos los ídolos (en la actualidad coleccionados y mercadeados por los descendientes de aquellos que los destruyeron), era necesario inventarse una patria, un concepto que abarque a todos pero sin eliminar los privilegios. El proyecto emancipador no constituye sino la parte culminante del despojo. La entrada en la historia con derechos propios (conculcados con violencia a la mayoría de los habitantes de la región); la elaboración de la Carta de Constitución de la República del Ecuador no es nada más que la consumación del sistemático atropello y desvalijamiento[8]. Nos inventamos una patria[9] para que la administren, en derecho exclusivo, los hacendados y dueños de plantaciones desconociendo la calidad de ciudadanos a la mayoría de sus habitantes y poniendo a los “venerables” curas párrocos como protectores de los ‘inocentes, abyectos y miserables’ indígenas. ¡He ahí un modelo de república!; situación que únicamente se corregirá, de alguna manera, 168 años más tarde con la irrupción del movimiento indígena en el escenario político y el reconocimiento de los derechos sociales y colectivos en la Constitución de 1998.

La subordinación del Estado a la Iglesia Católica[10] determinará en gran parte el derrotero que toman las letras y las artes en el recientemente fundado Ecuador. Tutelaje que se romperá con la revolución liberal de 1895 a pesar de que la influencia de la iglesia católica, en gran parte de la educación, la ha mantenido hasta nuestros días.

Este es el escenario donde se despliega la imaginación, los actores, los personajes y la tragedia-parodia-drama-paradoja y simulación de los ecuatorianos. En un permanente proceso de búsqueda y construcción (no es casual que algunos de los trabajos de “renombrados” cuentistas y cientistas sociales se refieran a la búsqueda de lo perdido[11]); de reconocimiento y fuga, de ampliación de los estrechos linderos patrios y retornos permanentes; de ansia de nuevos horizontes y nostalgia por el terruño –por la pacha mama-; de recuperación urbanística y olvido de aquellos que construyeron las iglesias, las catedrales, las casas coloniales y las republicanas; recuperación de los espacios de construcción de la ciudadanía sin mencionar que en aquellas plazas fueron quemados, ajusticiados, asesinados líderes indígenas. Es decir un proceso general de blanqueamiento sin que se tome en cuenta la voz de aquellos excluidos, marginados, olvidados por el poder quienes únicamente aparecen como objetos de políticas públicas o de beneficencia, objetos de estudio por parte de sociólogos y antropólogos; en el mejor de los casos, como personajes en la narrativa ecuatoriana y, en el peor, como causantes de la situación de atraso y dependencia del Ecuador actual.[12]

DÓNDE HABITA EL PUEBLO REAL, AQUEL QUE ES BUSCADO AFANOSAMENTE POR LOS SOCIOLÓGOS, ANTROPOLÓGOS Y LITERATOS

La reconstitución del escenario

Más de quinientos años después los elementos de la historia se mantienen; el mismo Dios que acompañó a los españoles en la conquista de América, ahora debidamente acuñado en papeles verdes, y las mismas y desgastadas palabras para tratar de imponer el discurso de la “modernidad” y el “progreso”, el “desarrollo” y el “futuro” y, para darle un tinte pluricultural de “sumak kawsay”.

Más allá de las expresiones de los sectores dominantes y de su desconcierto; el "levantamiento indígena"[13] constituye la irrupción de aquellos sectores "inviables" en el concierto de la historia. A la vez es la abolición de la dicotomía entre "el Norte, donde reinan el instrumentalismo y el poder, y el Sur, que se cierra en la angustia de su identidad perdida", que según Alain Touraine, no está debidamente delimitada y, precisamente, es en "los límites de un discurso -de qué se habla- (los que) convierten a éste, en un discurso sobre límites -cómo debe hablarse y hasta dónde-". Lo que impulsa la movilización de los desposeídos y excluidos, precisamente, son los límites de lo establecido, la incapacidad de traducir las normas constitucionales en realidades y en un nuevo orden económico.

La aparición de los nuevos movimientos y sectores sociales en el escenario nacional ocurre a fines de la década de los 80 y a comienzos de la de los 90. De estos grupos de la “sociedad civil”[14], se destacan: el movimiento de mujeres con la incorporación de varios puntos reglamentados en la Ley para su participación política y su denodado esfuerzo por construir la equidad de género –que luego de institucionalizarse aquel movimiento desapareció de la escenario político para constituirse en una agrupación normativa-; el de los niños que logró el reconocimiento de su calidad de ciudadanos y la incorporación de su nuevo estatuto en la Constitución Política del Estado ya en 1998; el movimiento GLBT que logró la despenalización de la homosexualidad y que lucha en la actualidad por la eliminación de la discriminación y el auténtico ejercicio de sus derechos sin temor a las represalias; y, el más importante, el movimiento indígena, montuvio y de afrodescendientes que ha logrado interpelar al Estado nacional de manera recurrente en su papel excluyente, discriminatorio e inequitativo logrando grandes avances tanto en la Constitución de 1998 como en la del 2008.

Los acontecimientos de enero del 2.000 y la subsiguiente huida de Mahuad a su refugio académico en Harvard; constituyeron el resquebrajamiento de la imagen del poder en lo simbólico con la presencia inconsulta de otros signos y de otros presagios. Fue un anuncio de la necesidad de re interpretar la historia, tratar de leer aquellos arcanos de los que están construidos los clímax de todo movimiento; un indio en el Palacio de Gobierno desestructuró la lejanía del poder, la inaccesibilidad, la distancia; permitió consolidar, en el imaginario indígena y popular, que el ejercicio del gobierno sí era posible, confirmando toda aquella práctica y conocimiento adquiridos en los espacios del poder local hacia el "buen gobierno" y dejando, seriamente resentido, el referente real construido con violencia y exclusión por los sectores dominantes de lo que es: poder y gobernar.

Si existe una disociación entre la imagen psíquica (representación o significado) y el referente real es que está en proceso de construcción o deconstrucción –precisamente ese espacio reservado a los elegidos, a los “patriotas”, a aquellos que construyeron este país sobre las manos, los huesos, la rabia y el trabajo de los indios, de los explotados-; otra concepción de poder y de gobierno compuesta de ingredientes reales e imaginarios a contrapelo de los discursos de los intelectuales –convertidos a la vez en "consejeros del Príncipe modernizador y (en) defensores del pueblo oprimido"[15]- que no logran comprender una dinámica que fluye por fuera de la racionalidad occidental; discurso -apropiado pero ajeno- de la razón, de la racionalidad, de la funcionalidad, de la subordinación, del orden y la cordura. Hay que meter, a como dé lugar, la realidad en el saco de las teorías de occidente.

El levantamiento indígena, que finaliza con la incorporación del concepto de plurinacionalidad[16] en la Constitución más reciente además de obligarle a sentarse a conversar sobre la nueva ley de aguas confirma que la construcción de la identidad es posible únicamente desde la irrupción, desde la ruptura; demostración que ha conllevado quinientos años y más. A pesar de las “bondades de la democracia” y de los esfuerzos estatales para "integrar" al desarrollo al sector indígena; no ha sido posible impedir su incursión en el escenario de la democracia –no en los términos elaborados por los tecnócratas de los años 70 ni de los de la actual administración, sino en las condiciones que los indígenas desean- para modificar el todo político más allá de las conquistas coyunturales obtenidas. Las innumerables rebeliones del pueblo indígena son una expresión concreta de creación colectiva de su visión del porvenir en su enfrentamiento permanente con aquellas fuerzas que actúan en su contra ¿Qué se esconde detrás del nuevo escenario, qué fórmula secreta se maneja debajo de los ponchos para que puedan doblegar la soberbia de los gobernantes de turno; qué ilusión galvanizada por el aire de los páramos permite la destrucción de los límites del discurso oficial, de la academia y de los medios de comunicación? ¿Está el código andino más allá del marco jurídico heredado de las polis griegas y romanas?[17]

Es necesario mirar a todo el proceso como un ejercicio condensado de construcción de identidad (y diferenciación). Es cierto que las condiciones económicas constituyen el detonante, es también evidente que el atraco cínico a los dineros del Estado y de la ciudadanía en @os@general es un acto que convoca a la acción y a la lucha; pero no son suficientes elementos para explicar, por sí mismos, la movilización creciente y el poder de convocatoria demostrado por el movimiento indígena a pesar de todos los intentos por dividirlo y manipularlo.

El viraje hacia la izquierda experimentado por América latina desde hace ya una década permite desmentir la audaz aseveración de que no teníamos nada qué decir,[18] en un escenario que estaba dispuesto para dar el gran paso hacia la globalización determinada por las metrópolis. En la actualidad está en cuestión todo y estamos obligados a discutir los conceptos, nociones y categorías científicas creadas desde la modernidad occidental e impuestas como verdades absolutas, por obra y gracia de la colonización del pensamiento, bajo una forma de pensar etnocéntrica. El Ecuador a pesar de las aseveraciones[19] que desconocen la riqueza del conocimiento ancestral guarda una enorme gama de lenguajes iconográficos y orales que contienen un amplio saber acerca que, del desarrollo, tenían los pueblos originarios, concepto que de los términos vernáculos se la podría traducir como saber criar la vida. No es una disputa por el poder entendido en los términos occidentales, es una puesta en práctica de una forma de concebir la vida la que está en juego.

El movimiento indígena logra descolocar el discurso, cuestiona su construcción, sus constructores y sus límites; desmonta aquel sutil proceso que obliga a decantarse entre Ser, es decir expresar en toda su potencialidad la naturaleza humana -con sus distintos niveles de espiritualidad y animalidad- y Parecer, es decir asumir aquella razón objetiva que le deja inerme ante la realidad aplastante; además, y como si fuera poco, el movimiento indígena desarma el discurso de relojería de las clases sociales delimitadas de manera casi matemática, portadoras de su propia ideología lo que les impide construir una visión general de mundo. Entonces, es el momento de preguntarnos ¿cuál es la esencia que provoca esta catástrofe; cuál es la potencialidad de aquellos excluidos que dejan fuera de juego a los constructores de sentido en el ámbito del poder, de la filosofía, de las leyes y de la economía?

"El tiempo extraordinario ya sea como el tiempo de la catástrofe o de la plenitud, es el tiempo en que la identidad o la existencia misma de una comunidad entra en cuestión; es el tiempo de la posibilidad efectiva del aniquilamiento, de la destrucción de la identidad del grupo o es también el tiempo de la plenitud, es decir, el tiempo de la realización paradisíaca, en el que las metas y los ideales de la comunidad pueden cumplirse."[20] Es el momento de proponer un cambio; de manera radical (y, a su manera, exclusiva), transformar la visión lineal marcada por la racionalidad occidental hacia una cosmovisión que permita incluir los postulados ancestrales como principios fundamentales para garantizar la vida lejos de una concepción antropocentrista sino cósmica y mágica[21]; con lo cual se cerraría el círculo entre los pueblos que están fuera del proyecto histórico de occidente y que constituyen las tres cuartas partes de la humanidad.

QUÉ PAPEL JUEGAN LOS FORAJIDOS

La ciudad (más que el país), como un reptil dividido se movilizó armada de pitos, vehículos, banderas; en un verdadero carnaval de la cordura para descabezar aquello que no hacía juego con sus vitrinas de alto coturno; con aquellas formas de expresión del poder que muchas veces fueron aceptadas pero no acatadas –otra manera de aceptar a los virreyes pero no a los mishos ni a los longos-; una gran carga de sensibilidad y de indignación por la pérdida de sus representantes en la Corte suprema de Justicia, acto ilegal e inconstitucional según los tratadistas que luego darían su bendición absolutoria a la destitución del, en ese entonces, presidente Gutiérrez con 61 votos de 100 legisladores; es decir sin cumplir las 2/3 partes que obliga la constitución. Pero ello no constituye óbice para dar paso a un nuevo reacomodo del poder. Es preciso volver a poner las cosas en orden, es decir en el mismo sitio donde estuvieron siempre.

La otra parte del reptil; indiferente, escéptico y desmovilizado miraba cómo se hacía lo que se hizo en su nombre y en representación suya. El resto del país; a pesar de las proclamas para que se movilizara en contra del Dictócrata, no se desperezaba ni tomaba partido ni a favor ni en contra. Una abulia absoluta al centro político y un desprecio al centro económico como rechazo al conocido manoseo efectuado por las élites políticas tradicionales.

Pero ¿qué significó la presencia de “los forajidos” en el escenario político local, más que regional o nacional, cómo se gestó y llegó a tener la fuerza suficiente como para cambiar de titular del gobierno. Qué valores enarbolaron y cómo llegaron a constituir el movimiento social que echó del poder a un presidente elegido por los votantes de las zonas periféricas. Tiene la capacidad suficiente un medio de comunicación como para convertirse en el canal de (auto) convocatoria para coordinar la movilización de ciudadanos y ciudadanas que se congregó en las calles de Quito.

El espíritu forajido, movimiento clase mediero toma la posta al movimiento de los obreros, maestros y estudiantes y de los indígenas; y, los supera, los desplaza y, en cierto sentido, hasta los emplaza.

El espíritu no se constituye de la noche a la mañana, la movilización contestataria e insubordinacional no es producto de la pasión radiofónica de un solo locutor, agitador, comunicador social y analista (todo en uno); no es el resultado de la indignación contra la corrupción a secas, pues, la pequeña burguesía a pesar de que antepone grandes consignas (prohibido prohibir; por ejemplo) construye el escenario y se desenvuelve en él con soltura pero debajo del entarimado (no solo de los adoquines) subyacen las grandes razones por las cuales lucha y se moviliza, se constituye en movimiento social, en actor político, en clase (categorías utilizadas dependiendo de la vertiente político-ideológica del enfoque).

Asumiendo que la caída de Gutiérrez respondió a un movimiento urbano de Quito, ciudad clara y groseramente dividida en dos sectores: el norte de la pequeña burguesía y al sur los sectores populares (esta división grosera, no excluye la diversidad y heterogeneidad que encierra solamente las simplifica al máximo, simplificación basada en la forma de existir en el imaginario urbano, de auto representarse y asumirse). Que además contó con el respaldo de los pobladores y pobladoras de los valles circundantes donde se asientan principalmente la burguesía y la pequeña burguesía alta con pujos. En el resto de las ciudades del país el movimiento fue minoritario, disperso o nulo.

Aceptando este antecedente como cierto (con todas las limitaciones y simplificaciones expuestas); Quito se convierte en la cuna de los forajidos más allá de lo anecdótico (la frase afortunada –pues dio pie para consolidar una identidad en los manifestantes—emitida por el dictócrata pretendiendo descalificar a quienes rechazaban su gobierno) y también su límite pues más allá del reducido círculo de la pequeña burguesía informada no existió mayor movilización ni rechazo ni aceptación alguna al hecho en sí.

El movimiento de enero de 1997, que derrocó a Bucaram, también movilizó a Quito en su conjunto –y a otras ciudades del país-; pero por notorias diversas razones: el norte se indignó por la forma[22] de conducir la nación, la chabacanería, la ridiculez, la guachafería, la actitud servil frente al enemigo histórico del Ecuador; el sur en cambio, por la pretendida elevación del precio del gas de consumo doméstico. El Norte dirigido por la pequeña burguesía ilustrada (Mahuad, Arrobo, la Iglesia); el Sur por los dirigentes populares y sindicales. Aquella multitudinaria manifestación que confluyó en el Congreso Nacional nunca se mezcló, más bien recalcó la gran división de la ciudad. En ese entonces se contó con el apoyo de la gran prensa que azuzó los ánimos y magnificó los hechos discordantes del entonces presidente. Más allá de estos detonantes la burguesía financiera puso en tensión todos sus resortes para derrocar a quien pretendía evitar que el Banco Central dejase de funcionar como la caja de auxilio permanente y recurrente de los bancos privados y declarar, además, la convertibilidad de la moneda en apenas cinco mil sucres. Todo el proceso de desregulación financiera, iniciada por Sixto Durán Ballén, no habría tenido sentido si no se concretaba –como sucedió apenas dos años más tarde— en el mayor desfalco efectuado en el país.

La Constitución no es nada más que un parapeto legal para legitimar los grandes negocios de la burguesía; eso ha quedado demostrado en este corto pero lucrativo –para los beneficiarios— período de despojo y de concentración de la riqueza hasta niveles nunca vistos. Bucaram fue cesado en su cargo por el Congreso debido a “incapacidad mental”; y, las Fuerzas Armadas, dirimieron el asunto de la sucesión presidencial a favor de un interino talla única cuya única función fue evitar que sea demasiado evidente la retoma del control del estado nuevamente por parte de los grupos financieros del Ecuador y que, efectivamente, continuaran haciendo sus fructíferos y grandes negocios.

Satisfechos todos. El Congreso efectuó una parodia de auto depuración, el Gobierno realizó un referéndum para ratificar lo actuado por el Congreso y convocó a una Asamblea Constituyente para refundar la república. El movimiento nacional de repudio a una fracción de la burguesía informal[23] consolidó una forma de gobierno de corte presidencialista y restó atributos al Congreso. Una movilización multiclasista no podía parir más que una Asamblea que reconociera, en el papel, los derechos sociales y de las minorías pero que dejara intacta la estructura fundamental de la nación: la inequidad, la acumulación, la explotación, la subordinación a los organismos financieros internacionales y la supremacía de la burguesía financiera.

En la ruptura del período constitucional más largo de la Historia; los elementos subjetivos primaron y dieron visos de legalidad a las verdaderas razones para la caída de Bucaram. La pequeña burguesía, con su movilización, ganó el protagonismo de la escena política y creyó haber contribuido al proceso de cambio del país; pero, la burguesía financiera[24], sobre todo aquella que desarrolló su lucrativo negocio durante este período de crisis, pronto la sacaría de su ilusión.

UNA NUEVA SITUACIÓN POLÍTICA

La presencia en las calles de los autodenominados forajidos constituyó el despertar de una nueva forma de hacer política. La demanda de la mayoría de los manifestantes de que se vayan todos es el momento más alto de reivindicación política para sentar las bases de un nuevo Estado. El desplazamiento de los sectores de izquierda constituye el fin de la lucha organizada a través de los partidos políticos como portadores de propuestas de sectores sociales plenamente identificados. La revalorización de los símbolos patrios, más allá de las banderas político-partidarias constituye la configuración del espíritu nacional tantas veces anhelado por diversos sectores sociales –tanto los de avanzada, como en los años 30 o de los desarrollistas en los 70-- y la concesión de la demanda de la plurinacionalidad pero bajo los parámetros establecidos por los intelectuales del nuevo régimen.

Es el momento de los movimientos sociales y de la ciudadanía en esa relación bilateral frente al Estado; además, es la hora de pensar en las reformas como límite deseable. Qué cada quién coja su morral de ilusiones, los archivos de sus pasiones secretas para buscar el grupo social adecuado como para ponerlas a marchar en el asfalto del reacomodo del poder que, luego de la ebullición, viene la calma, por no habernos atrevido a soñar lo imposible, lo tantas veces ansiado aún a costa de muchas vidas (ajenas por supuesto, como condición sine qua non para seguir soñando).

QUÉ SUCEDE CON LA LITERATURA EN ESTE LARGO PROCESO

En la literatura existe una preocupación permanente e inacabada por construir la "identidad" nacional[25]; esa es su tragedia -a pesar de no contar con una tradición teatral-, su grandeza -a despecho de no poseer grandes gestas históricas-, y su casi inexistente presencia a nivel latinoamericano si exceptuamos a Marcelo Chiriboga, único escritor ecuatoriano mencionado por los del boom.

El 16 de enero de 1994, con grandes titulares, Raúl Pérez Torres, en el diario El Comercio, describió las características y las circunstancias de "La generación del desencanto". A pesar del bautizo masivo nadie -hasta el momento-, ha renegado del nombre ni de sus connotaciones. "Una Literatura de la ambigüedad, de la angustia, de la incertidumbre, del desencanto del hombre y de sus instituciones, una literatura que, sin embargo, busca la identidad perdida, la inocencia, el gesto, el otro rostro de una existencia urbanizada y encementada."

¿De dónde proviene el desencanto? La condición desencantada se presenta como una posición extrema, la única factible entre el decoro, la honestidad y el oficio del intelectual. Parece imposible, para la generación que teorizó la revolución, dejarse de mirar en el espejo de la derrota, les resultó más fácil recrearse como personajes de novela o escribir prólogos, o disculpas que asimilar sus engendros:

"Pero no, el tiempo no ha vuelto; ha girado, sí, pero en una espiral. Hoy parece lo mismo pero es diferente. Alfredo, el ideólogo, el caracterizado representante de la cordura y el saber revolucionario, el que apoyaba a Fabián en el propósito de organizar un movimiento popular, de verdad popular; el que había luchado hasta el fin contra los exaltados que desconfiaban del pueblo y abogaban por las guerrillas; el que se oponía a los soñadores de poemas afirmando que la palabra cultura sólo tiene sentido cuando es coreada por las masas; el que mil veces había hecho oír su voz de barítono sobre el aullido insensato de las asambleas desenfrenadas y noveleras; el sabedor de todos los vericuetos de la dialéctica y de las trampas de la estrategia, él tampoco es el mismo: el tiempo y el cansancio le han hecho otro; ha devenido sociólogo, experto en textos consagrados e inquisidor de falacias, desvíos y herejías. (...) Ha terminado detrás de un escritorio, arrimado en el respaldo de su sillón, con aire de tonto solemne, revolucionario jubilado, leyendo y escribiendo Informes Importantes, dictando cátedra de materialismo histórico en la Universidad y creyéndose capaz de diagnosticar el error táctico de los que pregonan su hambre exhibiendo carteles en la puerta de la fábrica cerrada; ex-defensor de la vinculación con los obreros, ex-opositor de la alternativa terrorista, ex-orador de motines y asambleas; ex-disidente, ex-preso, ex-liberado, ex-sinempleo, es ahora funcionario de alto nivel técnico, con libre acceso al despacho del señor ministro, asesor y hombre de confianza, intelectual de izquierda, solemne porquería." Fernando Tinajero. El desencuentro.

El escritor se arrogó funciones de Demiurgo, se convirtió en el Dios inmisericordioso capaz de arrojar del paraíso a sus criaturas más amadas; pero en realidad (se) estaba retratando al intelectual orgánico atrapado entre el deseo de cambiar el mundo y su condición de militante que más que la revolución estaba constreñido a construir “el partido”:

“La gana de actuar de Gálvez, tenía algo de lujuria, por obsesiva y excluyente, y lo que le ataba las piernas o se las costaba, su verdadera impotencia, no era, como en nuestro caso la comodidad, sino su disciplina, El problem está, decía, en que hablamos de revolución pero ellos hablan de partido y, por desgracia, todavía no es lo mismo, por lo menos aquí. Mantienen una actitud de resignación y acatamiento, casi un complejo de inferioridad, como el de los negros norteamericanos antes del Black Power, como el de nuestra pequeñita clase obrera: no piensan alterar el orden sino entrar en él, no se proponen liquidar un sistema sino ser admitidos, no se trata del odio sino de la reconciliación” Jorge Enrique Adoum. Entre Marx y una mujer desnuda.

La literatura se convirtió en el campo virtual de la revolución donde fue posible instalar a los existencialmente atormentados héroes, incapacitados para romper su dependencia vital e intelectual. A falta de héroes reales, la novela se alimentó de la imagen del intelectual-puro y lo convirtió en mártir que siempre osciló entre la incomprensión de las masas, del partido, de la familia, del mundo en general.

"No hemos sabido perseverar, nos hemos dejado llevar por la comodidad, por lo más fácil, hemos buscado pretextos para dejar de actuar, hemos caído en la trampa y muchos hemos abandonado el país porque era un país de cerdos y hemos viajado a Europa porque allí sí nos entienden y alaban nuestra finura y nuestra inteligencia, e inclusive podemos pescar una francesita descuidada para elevar nuestro status. (...) No hemos roto nada. Generación de la pose. Hemos salido de los brazos de mamita para buscar otros más débiles. Seguimos siendo tan mediocres como nuestros padres. La vida del mediocre es lineal, simple, incapaz de transgredir normas (a lo más enmascararlas) de romper reglas, huele a devocionario, a pan guardado, no tiene alternativas, se va engordando de las vulgaridades cotidianas, de su falta de pasión, de esa monotonía asquerosa de tres comidas diarias y pasta dentífrica, suprimiendo quizá la pasta dentífrica, a fin de demostrar que no somos iguales. De comunistas hemos pasado a consumistas." Raúl Pérez Torres. Teoría del desencanto.

No es nada extraño que los héroes abandonen su papel (o el país), aspiren estar más maduros para comprender este país iridiscente o a la espera de que cambie la realidad para que tengan cabida todos sus sueños. El desaliento y la derrota constituyen la estatura de sus sueños; esa incapacidad para la acción, esa imposibilidad de romper la historia, la familia, la comodidad constituyen el cerco de su drama:

"Elegimos un camino pero no llegamos a recorrerlo, ni siquiera dimos el primer paso, nunca llegamos a existir. Todo fue un simulacro, entiendes; una representación que sustituyó a lo real y que la vivimos como si fuera la propia vida... la tragedia de los actores que ensayan una, dos, tres, cien mil veces la gran epopeya y mueren el día anterior a la primera representación real... (...) Fuimos los héroes, los mártires anónimos de una guerra que nunca se dio, de una causa que nadie llegó a conocer... No, no existió la dinamita social... Fuimos la pólvora que explotó solitaria... Oh, el doble ascetismo de la muerte... Morir sin haber existido jamás. Somos los nonatos (...) los nonatos de la revolución." Alejandro Moreano. El devastado jardín del paraíso.

La autodenominada "Generación del desencanto"; manejó una propuesta estética desde la derrota, reforzó la constatación de la imposibilidad de cambiar la historia. La mayoría de sus integrantes participó o simpatizó con los movimientos denominados revolucionarios que luego cayeron en la orfandad al derrumbarse el Muro de Berlín. Una literatura de la nostalgia y el recuento, de la lamentación hecha novela. Los géneros preferidos fueron la novela, el cuento y el ensayo; en los inicios de su actividad literaria se sumaron a la corriente transformadora que recorría América Latina, en sus estertores, su discurso lo desarrollan desde el recuerdo. Su grandilocuencia se ha convertido en una suerte de expiación de culpas. Entablaron a la literatura con una serie de reflexiones filosóficas y la trataron de abordar, esencialmente, como construcción de la dicotomía entre reforma y revolución; constituyendo, lo revolucionario, el mundo de las ideas encarnadas en el intelectual-mártir, capaz de cuestionarlo todo y de cuestionarse entero pero incapaz de convertir los sueños en realidad; su lucha es un enfrentamiento desigual con sus fantasmas y sus progenitores; una literatura de la derrota a pesar de estar coqueteando (en la actualidad salvo raras excepciones) con el poder y sus meandros[26].

Pero en contra de todas las evidencias "... quienes se instalan en el desencanto y lo racionalizan como un nuevo valor. Aparentemente radical, esta actitud es profundamente conservadora: prefiere adaptarse al curso supuestamente natural del mundo. Parece que el temor a las desgracias en que desembocaron nuestros sueños nos censura en los deseos. El desencanto genera hastío y nos acosa la fatiga. Basta mirarnos y recordar al poeta:

Os digo que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte (...) Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quien quiera diría que, no siendo ahora en otros tiempos fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino"[27]

CÓMO SE LIGA TODO

En los camerinos, cuando es posible ver a los actores de este teatro; se pone de manifiesto el cambio de escenario, del vestuario, de las luces. Los protagonistas se suceden unos a otros frente al público; cada quien con sus proclamas, cada cual con sus secretas intenciones. Los forajidos constituyen en definitiva el desplazamiento en la escena política del movimiento indígena, el recambio de la wipala por el símbolo patrio, la reivindicación de lo nacional frente al redimensionamiento de los sueños. Los intelectuales en medio de la disputa por protagonizar los actos del drama, en un inicio exponen al público sus limitaciones, sus incapacidades, su timorata condición de soñadores a tiempo completo e ineficaces en la acción; en un segundo acto se proclaman los artífices del cambio, los que pueden señalar el derrotero de las transformaciones; a medio camino entre el pensamiento occidental pues ahora se jactan de sus títulos obtenidos en Europa, y su tímida y escasa relación con los pueblos y comunidades del Ecuador.

Es notoria la inexistencia de la literatura que coadyuve a construir la identidad nacional pues está en cuestión la diversidad y la pluriculturalidad. El discurso totalizador se desplaza hacia el desarrollo de la anécdota; la única posibilidad de ser auténticos sin que se corra el riesgo de ser acusados de impostores es la construcción del mismo personaje con distintas voces y diferentes nombres[28]. Es decir se pretende llevar a la literatura al extremo de hablar para los idénticos, para los miembros de la comunidad de apoyo, para aquellos que conocen a la perfección los códigos para su desciframiento. Mientras tanto la sociología escarba en los cada vez más minuciosos microcasos de la realidad, con la mayor cantidad de datos a ser utilizados para diseccionar un fenómeno específico que le atañe a un particular grupo social. Constreñidos todos a elaborar los sueños y los discursos a la medida del mercado.

¿Es posible salir de la encrucijada; es posible la comprensión del otro sin dejar de ser uno mismo; el diálogo con el otro sin por eso enajenarse?

Superar los cálculos econométricos y estadísticos, incorporar la dimensión simbólica, la ritualidad, la magia, la capacidad de soñar. Se trata de construir una mirada sobre nosotros mismos, a partir de revalorar los recursos cognoscitivos con que cuenta el pueblo (aquel que nunca se perdió) del Ecuador, sus sociedades y comunidades. Es el momento de incorporar nuevos discursos sin pretender erigir un canon, es preciso construir nuevas variables para conocer la realidad a partir de la percepción de la gente y su aporte en la construcción del conocimiento en desmedro de la visión e intervención del especialista que pretende conocer a fondo una realidad pero opera con un instrumental que no le es propio.

Dejar de interpretar el tradicional papel de influyentes y omnisapientes intelectuales, portadores y reproductores del saber, formados bajo la égida del pensamiento racionalista y clasificador; pues "hay realidades simbólicas y concretas a un tiempo solo accesibles al músico, al poeta, y por tanto, verdaderas, con otra verdad distinta a la de la experiencia o a la de los conceptos



[1] “Bien: no sé si entonces era un hombre que soñaba que era mariposa, / o si ahora soy una mariposa que sueña que es hombre". Lao Tse.

[2] Cumandá o un drama entre salvajes (1879). En 1865 escribió la letra del Himno nacional del Ecuador. Algunas de sus obras más sobresalientes son: La virgen del sol (1861), leyenda extraída del folclore; Antología ecuatoriana: cantares del pueblo (1892). Ojeada Histórico crítica de la poesía ecuatoriana (1868). Cantares del pueblo ecuatoriano (1892); Miguel de Santiago (1892)

[3] Al respecto véase 14 novelas claves de la literatura Ecuatoriana, de Antonio Sacoto o El nuevo realismo de Miguel Donoso Pareja

[4] De ella dice Raúl Vallejo: "(...) es la novela de las formulaciones éticas de un intelectual que procura asumir su responsabilidad frente a la historia. En ella está presente la búsqueda de sentidos que los individuos particulares y anónimos realizan en una sociedad profundamente clasista y decadente (Dios, la muerte, el amor, etc.) y la búsqueda de caminos que los individuos insertados en la dinámica de la historia realizan para la consecución de las utopías."

[5] “nos fuimos apagando, descorazonados por la abulia del medio, por el grito al vacío, por la falta de imaginación, por el egoísmo, la falsedad, la cobardía, la división de las organizaciones de izquierda ...” (17); “Se instaló [sic] en nosotros la soledad y la vergüenza ...” Raúl Pérez Torres; Teoría del desencanto,

[6] Michael Handelsman dice de “Pérez Torres busca una especie de purgación espiritual del desencanto generado por los fracasos del idealismo revolucionario de los años 60”

[7] “La dialéctica de la libertad y el destino, de la épica y la tragedia, de la contingencia y el absoluto va tejiendo una vasta urdimbre de situaciones límites. "Para probar mi vida no tengo sino mi muerte", el verso de Vallejo es una de las claves de esta novela de múltiples símbolos. La experiencia guerrillera supone una cotidianeidad gobernada por la amenaza y la tentación de la muerte que magnifica la plenitud contradictoria de la vida. Es, además, la situación excepcional que potencia las relaciones del individuo con la especie, del hombre con la historia. En la derrota final del grupo guerrillero, la libertad se transforma en destino, la épica en tragedia, el héroe en mártir.” Editorial El Conejo

[8] Artículo 68.- Este Congreso constituyente nombra a los venerables curas párrocos por tutores y padres naturales de los indígenas, excitando su ministerio de caridad en favor de esta clase inocente, abyecta y miserable. Constitución de Ecuador de 1830

[9] El concepto de “patria” es definido así por distintos diccionarios hispanos: “La tierra

donde uno ha nacido” (Covarrubias, 1611), “El lugar o país en que se ha nacido” (Diccionario de autoridades, 1726), “El país en que uno ha nacido” (Diccionario de Terreros y Pando, 1787). Estas definiciones suponían también un sentimiento de lealtad al lugar de nacimiento. Por tanto “patria” aparece en la tradición hispana como una lealtad filial, localizada y territorializada. En Nación y Patria: las Lecturas de los Comentarios Reales y el patriotismo criollo emancipador; Jesús Díaz-Caballero. www.dartmouth.edu

[10] En la Constitución de 1869 se llegó a establecer que para ser ciudadano se debía ser católico.

[11] En busca del pueblo perdido, Adrián Bonilla; En busca del cuento perdido, Eskeletra Editorial

[12] Hurtado, Osvaldo; Las costumbres de los ecuatorianos. Editorial Planeta. 2007

[13] Proceso iniciado en 1990 con la movilización exigiendo el reconocimiento de la plurinacionalidad y de la territorialidad y que no ha cesado hasta la actualidad.

[14] Aquellas formas de vida social de los hombres que están más allá de las formas de vida reguladas por las funciones del Estado, es decir, que tienen carácter privado

[15] Touraine, Alain. Crítica de la modernidad. Temas de hoy. Ensayo.

[16] Antes, la historia de esos pueblos eran muchas historias. Después de la "conquista" comienza la historia de esa creación europea que es "el indio". Mires, Fernando. El discurso de la indianidad.

[17] “El código andino quichua gira en torno a seis valores básicos. Los tres primeros AMA QUILLA (no haraganear), AMA LLULLA (no mentir) y el AMA SHUA (no robar); en tanto que los otros tres valores son amor por la tierra, reciprocidad y presencia de lo sagrado” Rosero, Fernando. Levantamiento indígena: tierra y precios. CEDIS. 1990

[18] Schmidt, Wolfgang “Mientras Europa y Estados Unidos se han enclaustrado en el relativismo desencantador del ‘postmodernismo’, América Latina no tiene nada que decir. Los discursos de los 60 y 70 se quebraron frente a la revolución informática y al ‘boom’ económico de los centros de acumulación”. En los límites de la modernidad. En: Debates sobre Modernidad y postmodernidad. Nariz del Diablo. 1991

[19] Al respecto véanse las visiones de Jorge Enrique Adoum: Ecuador, señas particulares (“Creo que no tuvimos el comienzo que habríamos querido...no hubo aquí nada equivalente, aunque fuera de menores dimensiones, a lo que tuvieron mayas, aztecas, incas...); la de Miguel Donoso Pareja: Ecuador, identidad o esquizofrenia (...pienso que a estas alturas de nuestra existencia como país, tenemos que asumir el nombre que tiene, darle toda la dimensión que podamos y sumarla a la que, a pesar de todo, tenemos y nos permite sentirnos ecuatorianos).

[20] Echeverría, Bolívar. Ceremonia festiva y drama escénico. Ponencia del autor en la mesa redonda "el arte y la vida cotidiana" efectuada en la UNAM el 27 de noviembre de 1992.

[21] Concretar los esfuerzos por redescubrirnos y resignificarnos en el proceso de construcción de la Casa Común de los ecuatorianos. “Mostrar la visión cualitativa de la buena vida de la civilización occidental moderna, basada en la escisión sujeto / objeto y la visión amerindia basada en lo contrario: el continuo biosférico”, es clave para el nuevo diseño de políticas públicas que pueden sacarnos de situaciones tercer mundistas, hacia un estilo de vida convivial y equilibrado.

[22] “... la corrupción, el nepotismo, el favoritismo sobre la base de lealtades personalistas, el desprecio por las formalidades del estado de derecho, etc., no son atributo exclusivo de los ‘populistas rudos’, mas en ellos se representan sin maquillaje ni agradables modales del disimulo.” Fernando Bustamente, La política y la picaresca: reflexiones sobre el no tan nuevo orden de la “sociedad patriótica”. Revista Ecuador Debate Nº 61.

[23] Burguesía informal pues está ligada a los mecanismos de acumulación del comercio no formal, el contrabando, y alejada de los círculos tradicionales donde se reúnen y se identifican los burgueses formales: el Club La Unión y la Junta Cívica en Guayaquil y, en Quito, el rancho San Francisco y el club Los arrayanes además de ser admitidos cada cierto tiempo en la Sala Capitular de San Francisco.

[24] “La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa.” Carlos Marx, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Akal Editores.

[25].- Examínense las visiones de Jorge Enrique Adum: Ecuador, señas particulares; la de Miguel Donoso Pareja: Ecuador, identidad o esquizofrenia; o la del ilustrado anarquista Jijón y Chiluisa en Longos.

[26].- El caso más conocido es el de Jorge Enrique Adum, quien, en palabras de Alejandro Moreano, demuestra la decadencia de un excelente poeta -autor de Los cuadernos de la Tierra-, tradicionalmente comprometido con los partidos de izquierda (en el gobierno de Mahuad) participando de las "sabatinas del poder".

[27].- Norbert Lechner. Un desencanto llamado posmodernismo. Debates sobre modernidad y postmodernidad. El poema es de César Vallejo: Trilce, LXXV.

[28] “El novelista urbano, llevado por una honesta visión de la realidad social total o por las exigencias del argumento, hace intervenir en sus obras a algunos obreros y, generalmente, le sucede lo mismo que le acontecía con los campesinos: los ve de afuera y de lejos, cuando más los muestra en su trabajo, pero los hace pensar, reaccionar y hablar como él mismo: puro disfraz exterior, en el fondo”. Jorge Enrique Adoum; en el prólogo a Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara.