miércoles, enero 11, 2023

EN EL TRAYECTO; paisajes y fachadas con memoria

    Volver es una actividad de alto riesgo; no solo por la pretensión de recuperar, del pasado, los vestigios que hacen de la memoria el asiento de la identidad; retornar es abandonar, de manera consciente, el presente para pretender habitar el pasado lugar donde a uno le asaltan las imágenes y regresan las voces de los ausentes. Volver es una apuesta temeraria, los dardos del tiempo se notan en cada pared y en cada puerta de esas casas que permanecen a pesar de los años; ya no tienen la misma calidez ni el mismo brillo con los que acogieron los pasos de los viandantes pero se mantienen como testigos de las ruinas que se van erigiendo.

Pintar es la más absurda manera de retratar la existencia; es el esfuerzo vano por dejar constancia de los instantes y, sobre todo, de las sensaciones. Cuando contemplo los cuadros de Carlos Revelo, de manera repentina, se mezclan los planos, las voces, los colores, los recuerdos. Mientras me siento en una silla para observar su muestra y, a la vez, miro su rostro, sus lentes y su corte de pelo estilo militar; una ráfaga de fuego se despliega en mi cabeza recordando episodios de su vida que casi nadie conoce. Pacto de silencio en el salón de los recuerdos. Reloj pendular el que nos convoca, el que nos impele hacia adelante. Tampoco hablamos de las tragedias, de la muerte, de los amigos caídos en desgracia. La vida nos cita a pesar de estar la parca siempre detrás de la puerta, en cada trazo y en cada mirada. Conversamos sobre los premios, acerca de la importancia del trabajo realizado, de sus pasos en la docencia, del egoísmo y las tendencias en las artes plásticas. Muchos de los rostros que miro, todos aquellos que ha retratado, me son tan familiares; sus hermanos, sus tíos, sus profesores, los rostros de la calle, el desordenado jardín del asombro. Rostros captados con paciencia o en el violento despertar de las madrugadas, cuando era indispensable seguir soñando para evitar el contagio con el sol o la realidad.

En la fugacidad de los instantes se inscribe el sentido del artista. Su paso por la facultad de arquitectura y su posterior descubrimiento de la existencia de la facultad de artes. Su intransigencia para estudiar artes a pesar de la clásica oposición familiar. Su aburrimiento frente a maestros que repetían lo que ya había estudiado como autodidacta, con esa vocación amateur de los que conocen a ciencia cierta lo que se quiere ser. Sus abandonos y sus regresos, su terca pasión por hacer de la pintura la forma más placentera de existir. Sus búsquedas y sus inicios, sus retornos a la realidad y su insistencia por captar la luz y la sombra. La vida misma, con ese olor a tíñer (thinner) y las omnipresentes tonalidades de la sangre, garabateada en los ojos del asombro, en los rostros de desconcierto, en la soledad vertida en las paredes o en el asfalto.

            Destellos de los años transcurridos; subo por la misma calle tantas veces transitada en compañía, hace años, de la gran jauría de jóvenes a la caza de la vida. Silenciosa y en penumbra ahora, como si hasta la empresa eléctrica se hubiese confabulado para hacer, de ese recorrido, un pasillo hacia el interior. Subo cinco cuadras, desde la Avenida de La Prensa hasta el taller de Carlos Revelo. Ingreso con la confianza de haber habitado sus espacios como casa propia en ese barrio emblemático; pionero en la comercialización del cannabis, el que acogió la primera ola de migrantes cubanos a quienes, en la actualidad, los han reemplazando venezolanos. Nos preguntamos por los pintores que paraban–más que paraban se bamboleaban-, en Mayo del 68; de una época de subversión que devino en documental y, posteriormente, en caricatura.

            La luz que cae sobre el lienzo y sobre nuestros rostros; los recuerdos nos asedian. Hojeo su libro editado por la UCE. Fragmentos de la existencia, cuerpos sin rostros, estudios, perros en basurales, la nave de los locos, autorretratos, paisajes del centro colonial sin gente, sin autos, solo color y forma bajo un cielo azul que sirve casi siempre de contraste.

            Sería tedioso enumerar sus premios, sus proyectos para exponer, al interior de la UCE, las obras de sus alumnos, las negociaciones para hacer realidad el libro –el primero de un pintor en cuarenta años de existencia de la facultad-, la relación fluida con sus alumnos, la relación cordial y a la vez distante con sus colegas artistas, el sendero propio trazado con la búsqueda personal, los celos, las pasiones y el encierro.

            Sus hijas, triada de niñas en su más esencial candidez, constituyen en la actualidad, su motor de búsqueda. Reconstrucción del cielo y del espacio; recuperación del equilibrio, de la razón instrumental de la existencia. Los trazos –me explica- deben ser rápidos pues la preparación del color es en base a diluyente y no dispone de mucho. Yo, ajeno a la precariedad de las existencias, le escucho, mientras recojo fragmentos de su pasión. Los retratos de sus hijas constituyen un testimonio de su consolidación como pintor y como ser sensible. La magia de todos esos rostros se resume en la capacidad de Carlos para captar las miradas. Ese mecanismo que nos permite descubrirnos, con sorpresa, cada mañana ante el espejo; descubrir la desfiguración y la fragmentación, el delirio y la pasión; el tedio, el cansancio y, a veces, el asombro y el deseo de transformar la existencia.

Carlos, esta vez nos presenta: cuadrículas verticales, crucigramas de luz y de sombra, un tablero ajedrezado que oculta y deforma habitantes de esta ciudad implantada en medio del color y la soledad. Construye, a su pesar, una guía para perderse en la epidermis de una ciudad fantástica y en ruinas que se descascara ante el parpadeo del observador. Carlos Revelo, nos provee de pequeñas pistas que dan cuenta que, detrás de esas fachadas, habita alguien además del miedo y la soledad. Logra trazar una ciudad como un imaginado mapa secreto a través del cual, el viandante, se  orienta según la luz y color para evitar el abismo de una ciudad vaciada y en ruinas. Nos proporciona el color para salvarnos de la catástrofe.

Ciudad de balcones en decadencia cuyos habitantes huyeron hacia el interior como un juego de posiciones ante una pesadilla. El espectador toma partido ante una ciudad que se descascara como un tatuaje de alguna época anterior. Los rostros que se intuyen detrás de las ventanas son aquellas existencias que se desvanecen paulatinamente como las fachadas de una ciudad inhabitada

Carlos Revelo, diseña una ciudad fantástica, las calles de un cementerio de luz, un muestrario del color y la soledad; cuestiona los viejos blasones de una ciudad que tiene problemas para resolver su trauma identitario; drama de silencios y violencia soterrada en el clásico escenario en el que, los cuerpos, se debaten en las calles y el abandono; la existencia humana retratada con una paleta de luz y asombro. Silencio, solo el silencio es percibido por el transeúnte que arriesga su existencia al poner los pies por fuera (¿o dentro?) de los viejos portones.


Cada vez que miro las obras de Carlos Revelo recuerdo el trayecto, el vacío y el inicio. Rescato su enérgica forma de pintar, de construir las texturas en comunión con el color y la figura y a contracorriente con el arte conceptual que, en muchos de los casos, expresa solo el vacío de las significaciones y el predominio del mercado. Búsqueda y persistencia, delicada manera de existir a pesar de todas las trampas y los trofeos.

Bienvenidos a esta ciudad de luz, color y soledad; a este trayecto de paisajes y fachadas de la memoria…

Pablo Yépez Maldonado

6 de enero de 2023