lunes, noviembre 08, 2010

PRIMER ENCUENTRO DE TALLERES LITERARIOS "GUSTAVO GARZÓN GUZMÁN"

"Toda piedad aquí es cruel si no incendia algo..."1


Durante la década de los años ochenta, el Ecuador estuvo atravesado por el cuestionamiento a los imaginarios que la anterior generación: la del 70, resumió en las teorías de “la década perdida”, del “desencuentro” y del “desencanto”. Estas crisis de rol del escritor en su contexto, se agudizaron políticamente durante el gobierno neoliberal de León Febres Cordero, estando marcada la década, por la aparición de grupos alzados en armas y por una represión generalizada sobre los sectores juveniles en especial.

A nivel literario, el Ecuador había perdido el espacio de la dignidad que representaban ciertos íconos literarios e intelectuales, pues estos se declararon “desencantados” del movimiento de izquierda tras la caída del “mundo socialista” que representaba la ex URSS y el muro de Berlín, mientras que EE.UU se alzaba como la única potencia mundial intentando imponer las teorías de “el fin de la historia”, “el pensamiento único” y la guerrerista “confrontación de las civilizaciones” que devendría en el maniqueo concepto de la pretendida existencia de los “ejes del bien y del mal”.

En este contexto, y frente a los reclamos ciudadanos y de los movimientos sociales, los derechos humanos fueron vulnerados, llegando al extremos de encarcelamientos, asesinatos sin formulas de juicio y desapariciones, tal como consta en el Informe de la Comisión de la Verdad, que para investigar estos casos se organizara en el actual período gubernamental; dicha comisión fue presidida por la Hna. Elsie Monge.

Familiares y amigos, trabajadores del campo y la ciudad, periodistas y comunicadores sociales, escritores e intelectuales, hombres y mujeres, fueron víctimas de un proceso de represión que marcó un importante momento de la “historia oscura” del país; a todos ellos es justo reconocer y revalorar para que las nuevas generaciones no olviden que son consecuencia de luchas sociales anteriores y que en ellas hubo personas que ofrecieron su energía y aún sus vidas, por ver días mejores para la patria ecuatorial.

De ahí que este primer encuentro va dirigido a quien fuera el más destacado de los jóvenes escritores que produjera la generación de los talleres literarios, el hermano y compañero GUSTAVO GARZÓN GUZMÁN, quien fuera encarcelado a finales del año de 1989, liberado en octubre de 1990 y “desaparecido” el 10 de noviembre de ese mismo año, en el marco de la represión mencionada; causando uno de los más grandes dolores que hemos tenido durante todos estos años los trabajadores de la literatura y sobre todo su familia y especialmente su madre: doña Clorinda Guzmán de Garzón, que hoy en día constituye un icono de la lucha por los derechos humanos en el Ecuador.


En la década de los años ochenta, se crearon los talleres literarios, como un movimiento de las letras ecuatorianas. Estos, fueron consecuencia del Taller que creó la Casa de la Cultura Ecuatoriana en el año de 1982 y fue dirigido por el escritor Miguel Donoso Pareja, quien demostró al país que una labor de esta naturaleza genera nuevos aportes al imaginario cultural y que por tanto deja huellas imposibles de borrar, tal como ha quedado registrado en el libro “La posibilidad de soñar por escrito” del poeta Alfredo Pérez Bermúdez.

En estos procesos colectivos, plenos de recursos metodológicos innovadores relativamente desconocidos aún, se formaron varios escritores que hoy representan a las letras ecuatorianas y que a pesar de la falta de difusión de sus obras, no han dejado de producir, sin esperar reconocimiento alguno, que no se el que sus obras, por sí solas, lo merezcan.

De aquello muy poco se ha analizado y discutido. La experiencia del Encuentro “Cultura entre dos crisis”, realizado en el año de 1987, constituyó un hito en la historia de reflexión local sobre el rol del escritor en su contexto político y social, el que no fue evaluado de manera sistemática para generar continuidad en necesarios y útiles debates, sobre todo para encontrar derroteros para los actuales momentos, cuando el Gobierno de autodenominada “Revolución Ciudadana”, ha creado el Ministerio de Cultura, como un ente articulador y rector de las políticas en este sector de gestión gubernamental.

Si otrora, los trabajadores de la cultura y particularmente de la literatura, nos hemos movilizado reclamando por los derechos de nuestras áreas de acción, es necesario volver a retomar los cauces de la reflexión, el análisis y la confrontación conceptual, política y sobre las prácticas significativas de las “culturas ecuatoriales”, pues el gran esfuerzo realizado, no ha logrado que los derechos de los creadores sean asumidos como políticas de Estado, y por el contrario, hasta la presente fecha, no se reconoce al imaginario cultural de los pueblos y culturas ecuatoriales, como un eje de desarrollo nacional, a pesar de estar en juego una reciente discutida Ley de Culturas en Ecuador.

En lo específico, es imprescindible que los jóvenes creadores literarios, poetas y narradores, ensayistas y analistas sociales, nos convoquemos para asumir la responsabilidad de darle al país nuevas herramientas conceptuales provocadas por los recientes desarrollos tecnológicos y científicos, así como para evidenciar y reconocer el resurgimiento de nuestras culturas ancestrales y de nuevas culturas juveniles urbanas, como ejes vigentes de nuevas formas de comportamiento humano y convivencia en armonía y reciprocidad con la naturaleza (Sumak Kawsay) y entre los seres que habitamos este planeta y en particular: en nuestras ancestrales Tierras de la Mitad.



1.- Roque Dalton


lunes, septiembre 20, 2010

¿ANTIPOESÍA EN TIEMPOS POSMODERNOS?


Antipoemas verdes

Los antipoetas no escriben sus libros, los perpetran; los antipoetas no reciben halagos solo rechiflas o el más completo silencio; los antipoetas no existen para: la real academia de la lengua, la historia o para las antologías; únicamente constan en las guías telefónicas y en el SRI si es que por mala suerte tienen RUC o RUP hasta que les llegue el RIP.

Los antipoetas se burlan de todo, con una ironía ácida, corrosiva y una petulancia fresca y renovada.

Los antipoetas se presentan sin poses, sin currículum, sin padrinos, sin libros a veces, solo con ciertos artefactos a punto de estallar.

Los antipoetas no quieren pasar a la posteridad, ni los premios ni el reconocimiento; solo el suave plumaje de la palabra que les llega de sopetón en los buses o en el trole, apretujados con el resto de la gente que sufre por el pico, placa y por falta de aire.

Los antipoetas juegan con los dobles y triples sentidos, con el árbol genealógico, con Dios, con las amadas, con los niños; es decir derriban todo aquello que con santa paciencia han erigido los elegidos, los vates sagrados, los sesudos estudios de las diversas universidades.

Los antipoetas están hechos de esa materia común y corriente que se encuentra en la calle y en todas las esquinas; permanecen arrumados en las oficinas hasta que sacan a relucir su enmohecida armadura de dueños de la palabra y embisten contra todo; mandan al carajo por correo electrónico, por medio de bombas panfletarias, a través de cometas multicolores.

Son tan únicos y tan corrientes a la vez que casi siempre tropezamos con ellos pero no los descubrimos, no logramos percatarnos hasta que nos desnudan con sus imágenes y nos hacen caer en cuenta del ridículo que hacemos siempre tan serios, tan solemnes, tan cuidados en la forma, tan elaborados en nuestras costumbres, tan acartonados en nuestra manera de amar.

Los antipoetas llegan a la meta porque llegan, con tenacidad, con paciencia, con la sonrisa dibujada de oreja a oreja solo por el placer de llegar, de estar, de hacerse presentes. Sacan de sus bolsillos viejas navajas de cuando eran niños, elefantes tiernos, gatos divinos e incomprendidos, viejos cristos de la igualdad, bolígrafos encantados, corchos convertidos en brújulas para perderse con mayor facilidad.

Los antipoetas no se sientan entre el público, son el público; los antipoetas no se contradicen, se desdicen, rompen la lógica, la siempre furtiva razón. Son los profesionales de la sospecha, descubren a timadores en los colectivos, en las rancias salas de clases o en el purgatorio. Son los siempre tiernos niños que nunca dejan de soñar y hacer travesuras.

Los antipoetas son de carne y hueso no como aquellos divinos, apolíneos y a la vez dionisíacos poetas de relumbre. Los antipoetas sacan al mago de la chistera, dialogan con el común de los mortales, rompen los espejos para no caer en el pecado capital de la vanidad.

Los antipoetas cuestionan la seriedad postiza, la romántica forma de concebir el amor, la patibularia manera de asir la existencia, la masoquista inercia que nos vuelve clavos oxidados, la sensual manera de esperar la muerte, la reconocida forma de alimentar el ego.

Si eso son y hacen los antipoetas; ¿qué sentido tienen estos Antipoemas verdes –con ese tinte de pos ecologista-, en este momento en que se cumplen nueve años de la caída de las torres gemelas y de la globalización del terror por la potencia mundial más armada y más retrógrada del mundo?, haciéndonos casi olvidar que hace exactamente 37 años también se instauró el terror pero solo localizado, solo regional, solo en el cono sur.

Creo que la antipoesía es una revuelta en contra de la poesía realizada frente al espejo para convertirla en el pan cotidiano, esa contractual forma de vivir día a día así ya sea con los subsidios del estado o los cheques de la burocracia revolucionaria de oropel.

Creo que la antipoesía es la reconstrucción de la dimensión humana de la ternura y la franqueza. Es la restauración de la esfera de la cotidianidad con grandes vuelos y grandes limitaciones, con desmesurados deseos y desproporcionados sueños para seres insignificantes, para aquellos que se debaten entre el trole y la aventura suicida de caminar por las calles sin escoltas, sin guardaespaldas y, lo que es peor, casi sin medio en el bolsillo.

Hernán Hermosa se debate en el mundo pedestre de los seres comunes y silvestres; no tiene ningún deseo de llegar inmaculado a la academia para ser objeto de formolizadas disecciones en los gabinetes de la academia; insiste en el habla común para expresar las preocupaciones cotidianas; lejos, muy lejos, de esas alambicadas maneras de decir de los vates consagrados o a punto de serlo.

Se ríe a carcajadas de sí mismo (y claro de nosotros también, por supuesto); solloza frente al desamor con esa sabia posición de filósofo abandonado pero digno. Profundamente humano y sinceramente frágil frente al desdén del objeto amado.

Nicanor Parra ya lo dijo: "La poesía morirá si no se la ofende, hay que poseerla y humillarla en público. Después se verá lo que se hace".

Es el tiempo de los nuevos discursos, de la demolición del canon impuesto por los dementes burócratas de lo bello, es el momento de reconstruir la poética, volverla gato volantinero de todos los días; es la hora de salir de esas burbujas narcisistas en que se ha convertido la soledad del ser humano para reconocernos pedestres obras del tiempo y la palabra.

Estos Antipoemas verdes vienen a refrescar el ambiente de la poesía para evitar esa sensación extraña de que cuando uno cuenta sus desatinos la gente está en otro patín; o, no llevarnos la sorpresa de que cuando queremos poner la luna a los pies de nuestra amada, ésta, esté dormida en la cama de la mamá. Porque la desmesura del deseo nos lleva a pensar en estudiar inglés por correspondencia para irnos al extranjero; o comprar un retrovisor en Machachi, adaptarlo a la bici, para salir a buscarla (a quién más, a ella, por supuesto) en el tumulto, del domingo.

En fin que el antipoeta es lo que es; ni Barrabás ni Cristo del Consuelo, apenas “un animador de la vida”. Aquel que sueña con ganarse el Neruda de oropel, o el premio Nobel de literatura para que la santa cofradía de la localidad crea que el fallo del jurado es una falla; el que se niega a escribir más elevado no por el terror a las alturas sino por la dificultad de escribir desde un andamio.

El tren del tiempo no se detiene y cobra fuerza a medida que nos acercamos a esa etapa en, la que dicen, que es momento de recoger aquello que se ha sembrado; pero creo que en esta época de incertidumbre, donde solo la revolución es una constantepropaganda, tengo la impresión que no hemos sembrado nada, no hemos guardado nada para la época de invierno. Nos hemos gastado la vida embromándola; sembrando artefactos sonoros, coloridos sonajeros para atrapar a las musas, cerbatanas para domesticar el viento, manifiestos para inventarnos nuevas épocas, sombreros para ocultar nuestra poca capacidad para las cosas prácticas, trompos para jugarnos la vida por una idea o por un amigo; giralunas para comprobar que la existencia es una ilusión y que no dejan de llover los pagarés, el arriendo o las cuentas de la luz y el agua.

Me sobrecoge la sonrisa que mantuve durante toda la lectura del libro; me asombra esa capacidad para ser tan humano, tan profundo en la sencillez, tan coloquial en medio de la solemnidad que campea.

Es cierto; todavía podemos inventarnos a nosotros mismos a pesar de los viejos presagios y las malas lenguas.

Este cuento se ha acabado porque este libro no existe; es una transcripción de los monólogos de todos los transeúntes, de todos los peatones vitalicios.

¡¡Viva la boecía, la siempre nueva boecía!!

Pablo Yépez Maldonado

Septiembre del 2010

jueves, abril 29, 2010

¡EA! ¡POETA!

¡ARRIBA LOS POBRES DEL MUNDO!

En medio de las discusiones contemporáneas, nadie pone en duda que la tarea fundamental de un poeta es escribir. Y escribir bien si es que tiene la capacidad para hacerlo. Debajo de esta muletilla subyace aquella acusación que prende las mesas filosofales y derrama las vísceras de los contertulios cuando se despliega, sobre el mantel, la política, o el discurso de lo político para ser políticamente más correcto. Porque, si además de la prudencia que deben manejar los poetas en tiempos de crisis se les exige que se preocupen de los fantasmas sociales, esta exigencia resulta demasiado grande para aquellos seres constreñidos al enfrentamiento diario con el delirio, con la concupiscencia, o el desvarío.

Si debajo de la piel de América, de la nuestra se entiende; aplicamos un termómetro para medir el grado de pasión que existe; debido, entre otras razones, al deseo latino y a la crisis económica; coincidirán conmigo que es casi imposible no contagiarse de aquel mal que empieza con “pe” y no puede terminar peor que en “a”. Es entonces cuando los estetas se rasgan las vestiduras y piensan que la poesía debería, con esa forma de deber que es común a todos los tercer—mundialistas, ser pura como una pastilla de alkaseltzer; blanca como la conciencia de Fray Escrivá de Balaguer; críptica como todos los planes de atención social de los gobiernos y estar de acuerdo a los cánones establecidos por la franciscana lengua de Don Fray Gaspar de Carvajal. Esa, dicen, sí es poesía. Y de la buena.

Pero el gusto del pequeño burgués es ramplón y timorato, con un alto sentido de culpa (en unos casos por no ser lo suficientemente pobre y, en la mayoría de los casos por no poder ser lo suficientemente rico); intelectuales que agitan sus trascendentales palabras en el mar anodino del acomodo y la timidez; entonces llaman crípticos a sus intentos de resolver sus test, sus cafés y hasta sus complejos con la ayuda del lector que le permitirá trazar líneas maestras para comprobar lo que él ya sospechaba: que, en realidad, sufre de un gran síndrome de desadaptación lo que le impide subirse a la mesa de los antiguos mecenas sin sentirse avergonzado por sus malas maneras, su pobre indumentaria y lo que es más triste, por su lenguaje morigerado ante la necesidad de ser aceptado.

Frente a todo lo anterior, con menos frecuencia pero con mayor fortuna, existe otra tendencia para entender la poesía. Aquella que naciendo de la parte instintiva, se convierte en el eje rector de una racionalidad que se dirige hacia la ternura, la solidaridad, el amor, la pasión; pero por sobre todas las cosas, la fidelidad a sí mismos; esa posición indeformable que permite, a un individuo, asumirse tal cual es. Y punto. Sin pedir permiso a los críticos, a los dadores de fama y fortuna, a los editores dueños del catálogo de virtudes. Firme y apasionadamente delinean su vida al margen de las santas cofradías, de los grupos de autoalabanzas o loas cruzadas; sin importarles los críticos comprometidos con la lengua. Solos frente a su oficio, a la terca pasión por asirlo todo, palparlo, desacralizarlo; jugar con esa realidad fatua y esquiva en medio de sus labios proxenetas, lujuriosos ante esa casquivana concreta que deambula por el mundo agrandando diferencias y repartiendo inequidades.

Es entonces que es posible entender a los poetas que se encabritan que deconstruyen y reorganizan, sacuden el polvo de las neuronas de los críticos acartonados, de los cítricos críticos profesionales, o cretinos en el opúsculo de la palabra.

“De mi espalda

nace esta flor que envío al monte,

mi pariente,

a los lagos, a los ríos, al mar brindo esta flor

de dolor y sangre,

esta pestaña, esta roja entraña

de soles incendiarios.”

Es que existe una mágica realidad que nos atenaza del cuello y no nos quiere soltar. O asumimos una posición contemplativa para demostrar que, a pesar de que nos congelaron la sonrisa junto con nuestros dólares, tenemos aún el recato de vivir sin reclamar, sin dar a conocer que nos estamos comiendo la camisa; actitud de decencia dicen los poetólogos. O actuamos de otra forma ante la vida que intenta tragarnos con sus inmaculados dientes para convertirnos en un eslabón más de la cadena trófica; tomar la vida como es; sin contemplaciones, sin falsas expectativas. Sabiendo que cada día que pasa el ombligo estará más cerca de la espalda.

“Y aquí me quedo!

Me quedo en ti

tierra, pájara, mujer.

Y para decir ¡te amo!

me subo al cerro,

a la luna me empino para amarte,

para besar tus pies soy lengua de vaca,

cuchillo soy para acabar tus penas, ...”

Porque el poder no nos nace de cuna ni no nos viene con la tarjeta de crédito. El único poder real que poseemos, lo dijo Rafael, es el poder de lo irreverente. Porque más mortal para el sistema es la toma de Carondelet por espacio de tres horas por un indígena que la creación de un fondo millonario para repartir a las comunidades con la finalidad de bajar la temperatura. Porque en lo simbólico, en ese imaginario de lo sagrado, en el último reducto de su linaje, en ese sitio inmaculado está el talón de aquiles de nuestra clase dominante.

“Es un portal

la cama para todas las sombras,

la noche lame hueso

helado en mi país,

se reparten sin pausa

su camisa bordada,

pero zurcimos lomas

para nunca morir.

Es su pocilga, solo, aguilucho sin alas,

un obrero latino, en Nueva York, exclama :

!por Ecuador, carajo¡

y se bebe hasta el Ande, la orquídea y el estero

añorando con sangre una palabra humana,

una esquina de pueblo,

un viejo modo de ver, de ser, el suyo.

Y se mantiene vivo soplando los rescoldos.

En fin de cuentas somos

solo un rincón del mundo,

y como todos los pueblos

¡nos bañamos en llamas!”

Entonces, el violento despertar de las burbujas, ¡la champaña no es nuestra! Se nos han bebido toda la alegría. La fiesta de las mariposas, del futuro, de los niños. ¡No existe, es solo una quimera! Y los viejos y doctos críticos de la lengua. Bien gracias, deglutiendo empanadas gordas de aire y miel. ¿Y los poetas de la globalización, la posmodernidad, el desencanto? Afilando la lengua para cuando la crisis pase y nos podamos ver ya, sin la neblina del hambre o la urgencia de la angustia. ¿Y la poesía y su poder de subversión?

“Nosotros,

la luna,

los caballos ...

seguidores del sol y de la noche,

de las ideas bellas, imposibles,

inútiles,

nostálgicas ...

(.........)

Nuestro es el juego del alba,

no hay dique capaz de detener la vida,

hemos abierto todas las puertas,

una tras otra.”

Porque debajo del caparazón sensible o senil –depende del caso-, se acodera el andamiaje tosco de la vanidad, del acomodo; reminiscencias del viejo ritual de las capillas, nos hace falta el olor del incienso para elevarnos; unos dicen que para dejar ya de pertenecer al bando de los eternos perdedores, otros por simple molicie para ascender al peldaño de los ungidos, de los premiados.

“... por qué ha de ser tan lunes este día

en que me hundo con zapatos y todo

en el recuerdo de ese beso rojo,

de esos labios para morder,

solamente por ella quiero ver al sol

abriendo esta puerta,

salud, ...”

Es el amor, ese amor promiscuo de pasión, el continente de la poesía de Rafael Larrea. No es el coito reglamentado por el orden o la asepsia, es la ternura que brota en el margen de la vida, donde no se establecen los libretos pregrabados. Es la posibilidad de asir la vida al paso, con una vocación que va más allá de la transgresión. Es un permanente redescubrimiento de la vida no de los altares, del amor no de los artificios. El asombro cotidiano ante “Cada vecino / (que) es una tragedia diferente.”

Es difícil catalogar las actitudes de los “otros” frente a Rafael Larrea; pero

es necesario. No porque pretendamos tener el veredicto final e inapelable sino porque es preciso restañar distancias. Si el silencio es un arma, la utilizaron sabiamente; si el estigma es una confabulación, la armaron muy bien; si los calificativos debentomar en cuenta los atributos del sujeto, violaron permanentemente las reglas. Pero a despecho de muchos, y como él mismo lo dijo :

“Adiós. Adiós. Tú también te quedas

con nosotros. Cuidaremos de ti.

De tu memoria.

No habrá jamás olvido, amigo mío, nuestro.”


Pues un poeta jamás muere.